Días atrás, los medios de comunicación masivos (al unísono, con inmediatez y sin presunciones) nos informaban de la detención de una quincena de personas bajo la Operación Pandora, coordinada entre la Audiencia Nacional y los Mossos d’Esquadra, y dirigida contra el terrorismo anarquista en uno de sus supuestos centros neurálgicos conocido como la Kasa de la Muntanya. Así tal cual.
Pues bien, hablemos claro. Ni los medios nos informan. Ni esas personas fueron detenidas. Ni la justicia es independiente. Ni los centros okupados organizan ningún terrorismo. Ni el anarquismo es terrorista. NO. La realidad es que los medios nos manipulan. Que estas personas han sido secuestradas. Que la Audiencia Nacional sirve a intereses políticos. Que los centros okupados lo único que organizan son actividades sociales en sus barrios. Y que el anarquismo es una ideología que se sostiene principalmente a través de valores como la libertad, la no imposición, la solidaridad, el apoyo mutuo y la autonomía.
La Operación supone una clara persecución contra los colectivos de ideología libertaria, una desviación del foco de atención bien lejos de la corrupción política, una burda manipulación mediática, una invención sacada de la chistera para justificar leyes totalitaristas de la magnitud de la inminente Ley Mordaza, un espionaje ilegal de lo más cutre que evidencia la premeditación de dicho operativo, una chapuza de operativo en el que tan sólo se ha logrado incautar peligrosos ordenadores, móviles y libretas, y para lo cual se destrozó buena parte de mobiliario urbano e incluso se llegó a irrumpir con violencia y de madrugada en viviendas de ancianos. Debían haberla llamado Operación Pandereta.
Pero ahí no quedó la cosa. Al momento de empezar a conocerse la noticia, cientos de miles de perfiles en Twitter mostraron su apoyo a las personas secuestradas a través del hashtag #YoTambiénSoyAnarquista. Si el anarquismo fuera tan peligroso o estuviera relacionado con actividades terroristas, como sugieren los medios, la aparición pública y espontánea de cientos de miles de personas declarándose como anarquistas, supondría sin duda un grave problema de orden social en todo el país. Imagináos por un momento a hordas de miles de vándalos en cada ciudad, armados con cuchillos y con bombas, sembrando la destrucción, el caos y el pánico en las calles. Ciertamente, ese mensaje ya no engaña a nadie.
El Terrorismo de Estado
La realidad es bien distinta. Aunque es cierto que cada vez hay más caos y miseria en nuestras calles. Sí, hay caos, hay destrucción y hay pánico detrás de cada familia durmiendo en la calle, detrás de cada desahucio, detrás de cada expropiación, detrás de cada muro levantado en mitad de una ciudad, detrás de cada inmigrante encerrado o deportado, detrás de cada mujer golpeada o menospreciada, detrás de cada despido y de cada ERE, detrás de cada salario de mierda, detrás de cada explotación laboral, y también detrás de cada sobre de esos que se reparten entre compañeros de partido o detrás de cada maletín de billetes entregado a cambio de adjudicaciones de obras o recalificaciones… Sin embargo, no encontrarás ni caos, ni destrucción, ni pánico detrás del pensamiento libertario.
El Estado de Derecho que a golpe de pecho se nos presenta como el único capaz de asegurarnos educación, trabajo, pan, techo, seguridad, igualdad y libertad, en la práctica real no hace más que condicionar el mercado laboral y empresarial generando cada vez más paro e impidiendo la iniciativa productiva; echar a familias de sus casas como perros e impidiendo la posibilidad de acuerdos entre prestamistas e hipotecados; regular la moneda y la actividad bancaria permitiendo una estafa tras otra; impidiendo el libre acceso al conocimiento; privilegiar y favorecer a las grandes superficies sobre las pequeñas y familiares; poner trabas a la libre expresión, a la libre circulación y a la libre asociación bajo amenazas de prisión o de multas inasumibles; y robarnos a través de impuestos gran parte de la riqueza generada por nuestra actividad productiva (mucha de ella en trabajos deshumanizantes), para invertirla después en lo que le viene en gana.
El Estado, al final, no es más que una enorme máquina burocrática encargada de poner trabas y límites por la fuerza (a través de administraciones, leyes y policía) para impedir la construcción de una sociedad libre, capaz y responsable. Se construye sobre la idea incoherente de que las personas no son capaces de organizarse por sí mismas, pero que al elegirse entre ellas mediante votaciones entonces de repente las personas sí que son capaces de organizarse, e incluso de organizar al resto. Lo curioso es que, por si acaso no supieran hacerlo muy bien, se les deja en sus manos a la policía, a las fuerzas militares, y a las cárceles. Y así, al final, no habrá lugar a duda, pues si dudas ya lo sabes: multazo, porrazo o cárcel.
Tú también eres anarquista. Y lo sabes
Y la realidad es que el Estado ni construye nuestras casas, ni produce la comida ni la pone en el mercado, ni genera puestos de trabajo, ni genera riqueza, ni produce ningún tipo de bien ni de servicio. Sin nosotros, y aún con toda su fuerza bruta, sería una entidad completamente incapaz. Como decía Tyler Durden:
“Perseguís a la gente de quien dependéis. Preparamos vuestras comidas, recogemos vuestras basuras, conectamos vuestras llamadas, conducimos vuestras ambulancias, y os protegemos mientras dormís, así que no te metas con nosotros.”
Son precisamente nociones como ésta en las que se basa el pensamiento libertario, y por las que entidades como los Estados, tan incapaces y tan necesitados de nuestra capacidad productiva, nos tienen tanto miedo. El empoderamiento de las personas, su capacidad de generar autonomía, de producir, de mercadear, de intercambiar conocimientos, de construir y recuperar espacios olvidados y abandonados, de ayudarse unas a otras, todo ello al margen de las limitaciones gubernamentales, es lo que hace débil la noción de la necesidad de un Estado. Y en el momento en que este pensamiento tan enriquecedor para la sociedad y para las personas comienza a echar raíces en alguna parte, es cuando el Estado se defiende atacando duramente, debiendo para ello inventar un peligro donde no existe, generalmente en base a montajes policiales y judiciales. Nada nuevo. Esto ya lo hemos visto antes.
Y precisamente para evitar las terribles consecuencia de antaño, ante la cercana presencia de leyes como la llamada Ley Mordaza y la persecución indiscriminada de personas tan sólo por pensar de una determinada forma, es que se hace tan importante reflexionar sobre cómo reaccionar ante casos tan bochornosos y dañinos como el de esta Operación Pandereta. Es importante, como bien alerta Pablo Padilla, porque ayer fueron los anarquistas, pero mañana podrías ser tú, igual que lo “fueron los perroflautas de las plazas, los terroristas de la PAH, los adolescentes que reclamaban calefacción en sus institutos, la cúpula de Anonymous o la de Contrapoder, quienes defendieron un transporte público accesible y de calidad, quienes ejercían su derecho a la huelga o las mujeres que se negaban a no decidir sobre su cuerpo y su sexualidad“.
Es importante porque, lo que subyace en el fondo y que la realidad de este asunto nos revela, es que todos vivimos con un alto porcentaje de anarquía, de ese orden espontáneo por el cual nos organizamos, nos relacionamos, nos emocionamos, nos amamos, deseamos, emprendemos, construimos o elaboramos en todos aquellos ámbitos y espacios que no están regulados ni vigilados por las instituciones. Todos somos anarquistas. Y todos demostramos en el día a día la cantidad de orden, de armonía y de productividad que somos capaces de generar sin necesidad de una ley que nos obligue ni de la amenaza de un castigo. Cualquier ataque contra el pensamiento libertario es un ataque contra todo lo mejor que podemos y podríamos dar de nosotros mismos.
De la reflexión a la acción
¿Qué hacer entonces? ¿Cómo responder? Desde luego, toda muestra de difusión, de apoyo y de solidaridad, son importantes, pero considero que ante estos casos debemos dar un pequeño paso más allá. Para que el pensamiento libertario no se quede tan sólo en el pensamiento, sino que además nos animemos a materializarlo. Y, ¿cómo? Una buena sugerencia la encontramos en esta cita de Kevin Carson: “No debemos asumir el liderazgo de las instituciones actuales, sino más bien hacerlas irrelevantes. (…) Kevin Carson – El Puño de Hierro tras la Mano Invisible. No queremos tomar las grandes corporaciones y hacerlas más «socialmente responsables». Queremos construir una contra-economía de información de fuente abierta, manufactura vecinal de garaje, permacultura, monedas cifradas y bancos mutuales, dejando a las corporaciones pudrirse en la mata con el estado“.
Para empezar, es imprescindible que nos desliguemos de una vez por todas de la trampa, la manipulación y la falsedad de los medios de comunicación masivos. Es importante que nos hagamos dueños de la información, pero sin que ellos suponga estar desconectados. Y, para ello, aquí tenéis una facilísima opción, al alcance de cualquiera, para empezar a ganar autonomía respecto al manejo de nuestra información. Para todo lo demás, en la misma línea, Juanjo nos lo expone perfectamente de la siguiente forma:
“No basta con usar el hashtag #YoTambienSoyAnarquista. No servirá de nada. Y tampoco servirá de nada tomar las instituciones. Si lo eres, o si simplemente quieres conservar tus derechos, toma responsabilidades, construye cosas que no puedan capturar, comercia, convence, conversa, desarrolla, investiga, aprende… y de esa forma vaciarás de poder a los amos. Acepta ese duro despertar, porque no van a hacer nada, ni unos ni otros, para mejorar tu vida. Es así de sencillo y de complejo, de duro y de laborioso.
Deja de pedir y comienza a HACER.