Theodoros Karyotis
Durante dos semanas, el tiempo político se ha condensado en Grecia, y los ciudadanos vivieron en situaciones límite, luchando contra fuerzas que parecen mucho más allá de su control. El 27 de junio, el gobierno liderado por Syriza sometió el ultimátum de los acreedores a referéndum e hizo campaña para el ‘no’. El resultado del referéndum–un rechazo rotundo de la austeridad perpetua y la continuada servidumbre por endeudamiento– pasará a la historia como un momento excepcional de dignidad de un pueblo que está bajo ataque por los acreedores europeos y la élite griega.
A pesar de los matices patrióticos, este resultado fue la culminación de cinco años de resistencia a la degradación constante de nuestras vidas. Significó escapar del dominio de los medios de comunicación, superar el miedo y hacer escuchar la voz del pueblo. Ratificó el descrédito absoluto de las élites políticas que han estado gobernando desde la transición democrática de 1974, que hicieron campaña por el ‘sí’.
Por otra parte, el resultado reveló una sociedad dividida según la clase: las clases medias y bajas, que hasta ahora han asumido prácticamente todo el coste de la austeridad y el ajuste estructural, votaron abrumadoramente ‘no’. Sin embargo, el resultado resiste todos los intentos de los partidos políticos de capitalizarlo; es la negación categórica del presente arreglo político y económico, la negación que necesariamente precede todos los actos de autodeterminación social.
Sin embargo, menos de una semana después del referéndum, el gobierno griego presentó una nueva propuesta de financiación a sus acreedores, ligada a un paquete de medidas de austeridad aún más duras que las rechazadas en el referéndum. Después de un fin de semana de «negociaciones», que reveló una división entre los acreedores de Grecia, se llegó en la madrugada del lunes a un acuerdo humillante, que convierte a Grecia en una colonia de deuda europea.
Pero ¿cómo fue que este ‘no’ se transformó en un ‘sí’ en cuestión de días?
El dilema de Syriza
Como muchos analistas preveían, la estrategia del gobierno de utilizar el veredicto popular como medio de presión en las negociaciones fracasó. Al regresar a la mesa de negociación, los acreedores de línea dura, reunidos alrededor del ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, dejaron claro que están dispuestos a permitir que Grecia quiebre –con todas las implicaciones económicas y políticas que ello tendría para la Eurozona– antes de ver la más mínima grieta en la disciplina neoliberal de austeridad.
El gobierno liderado por Syriza se encontró en un dilema duro y apremiante: o bien aceptar la implementación de un nuevo programa de ajuste neoliberal, o tener que asumir el coste político de una quiebra, con todos los efectos desastrosos sobre la población griega que tal desenlace supondría.
Se optó por lo primero, poniendo así oficialmente fin a estos cinco meses de enfrentamiento entre el gobierno griego y sus llamados «socios» europeos. Los términos de la capitulación son dolorosos, ya que van en contra de la totalidad de las promesas electorales de Syriza: el nuevo memorándum es quizá más duro que los dos anteriores, un experimento extremo de ingeniería social y de redistribución de la riqueza a favor de los poderosos. Mantiene muchas de las medidas injustas aplicadas por los gobiernos anteriores, como ENFIA, un impuesto transversal a la pequeña propiedad que ha convertido a las familias de clase baja en inquilinos dentro de sus propias casas, o la abolición del límite de ingresos no imponibles para los trabajadores por cuenta propia, que hace imposible que los trabajadores cualificados consigan salir de la trampa del desempleo.
El nuevo acuerdo también reafirma el papel de TAIPED, y posiblemente, le cambia el nombre. Se trata de una institución creada para vender todos los activos públicos, sobre todo las infraestructuras básicas, como puertos, aeropuertos y la empresa de la infraestructura eléctrica. Además, el acuerdo exige la abolición de la moratoria a los desahucios, abriendo el camino para una operación de expolio que amenaza con provocar un desastre humanitario, como bien sabemos por la experiencia española. Además de eso, se prevé un aumento de los impuestos indirectos, un alza en los precios de los alimentos y el transporte, así como recortes en los salarios y las pensiones a través de un aumento de las contribuciones de seguridad social.
En definitiva, un paquete de medidas destinadas a comprimir aún más las clases medias y bajas, aumentar la recesión y el desempleo, destruir las pequeñas y medianas empresas, que constituyen la columna vertebral de la economía griega, y entregar todos los activos públicos y bienes comunes al capital transnacional. A la vez perpetuando la depresión y aumentando la deuda, paralizando efectivamente la economía de Grecia y destruyendo la capacidad del país para salir de la crisis por su propio pie.
Los acreedores hicieron todo lo posible para asegurarse de que las medidas son tan punitivas como fuera posible. Para humillar aún más a sus oponentes, exigieron la votación inmediata de leyes de reforma y el regreso a Atenas de los supervisores de la Troika, que fueron expulsados por el gobierno durante las primeras etapas de la negociación.
Los argumentos de los oficiales del gobierno y los cuadros del partido que defienden los aspectos «positivos» del acuerdo son irrisorios, ya que hacen eco a los argumentos de los gobiernos anteriores, que repetían que la austeridad ampliaba las perspectivas a largo plazo para la economía griega y que el coste del ajuste no sería transferido a los más desfavorecidos. Es más honesto ver el acuerdo como lo que es: una operación de desposesión a gran escala, un sacrificio de todo un país para defender el engaño sobre el que se construyó la Eurozona.
Parece que el gobierno de «salvación nacional» de Syriza ha llegado al final de su trayecto. Está llamado a votar e implementar un plan de austeridad que no sólo hace caso omiso de la lucha de los movimientos anti-austeridad de los últimos cinco años, de los cuales Syriza formo anteriormente parte, sino que también traiciona el veredicto del 61% de los griegos que votó en contra de la austeridad sólo una semana antes.
Por supuesto, se podría argumentar que se trata de una apuesta colectiva que ha salido mal, y frente al chantaje de los «socios», el gobierno eligió la salida menos dolorosa. No hay duda de que un Grexit desordenado, junto con las medidas punitivas que serían empleadas por los extremistas neoliberales para hacer de los griegos un ejemplo, sería a corto plazo un desastre, sobre todo para las clases populares. En cualquier caso, los desenlaces políticos serán rápidos: el gobierno seguramente será remodelado o reemplazado, y Syriza se enfrentará a una división interna que podría significar el fin de este partido en su forma actual.
Una relación contradictoria
Durante los últimos tres años, los movimientos sociales de base en Grecia han tenido una actitud profundamente contradictoria ante el ascenso electoral de Syriza. Por un lado, la perspectiva de un gobierno de izquierda fue una oportunidad para llevar el conflicto a nivel institucional; después de todo, muchas de las demandas de las luchas se reflejaron en el programa de Syriza y el partido siempre mantuvo un perfil cercano a los movimientos.
Por otro lado, Syriza ha sido un agente de desmovilización, poniendo fin a la crisis de legitimación que dio un papel protagonista a la creatividad social y la autodeterminación de los movimientos, y ha promovido la institucionalización de las luchas, la marginación de las demandas que no encajaban con su proyecto de gestión estatal, y la restitución de la lógica de la representación y delegación política, que promovió la inacción y la complacencia.
Al mismo tiempo, Syriza cultivó la ilusión de que la transformación social real era posible sin romper con los mecanismos de la dominación capitalista, sin poner en cuestión el paradigma económico dominante, sin la construcción de alternativas concretas a las instituciones capitalistas desde abajo, sin siquiera cuestionar la permanencia del país dentro de una unión monetaria que por diseño favorece las economías del Norte, orientadas a la exportación, en detrimento de la periferia europea.
Los líderes de Syriza se disociaron de las bases del partido y de sus antiguos aliados dentro de los movimientos, y se resistieron tenazmente a abrir un debate público referente a la elaboración de un ‘Plan B’ fuera de la Eurozona, por si el ‘Plan A’ de «fin a la austeridad dentro de la eurozona» fallase, por temor a que esto fuera utilizado en su contra por la oposición pro-austeridad como prueba de que tenían una agenda oculta desde el principio.
Es la tarea de la bases del partido rebelarse y unirse con otras fuerzas sociales en busca de una salida a la barbarie
Por desgracia, los acontecimientos recientes tienden a dar la razón a los que sostenían que, dada la deslegitimación y la fragilidad extrema del gobierno anterior, un nuevo memorándum sólo era posible a través de un nuevo y popular gobierno ‘progresista’. Este es probablemente el papel que Syriza acabó jugando involuntariamente, usando sus amplias reservas de capital político.
Levantando el velo de la ilusión
El hecho de que Syriza no consiguió cumplir ninguna de sus promesas electorales o revertir la lógica de austeridad levanta el velo de ilusión respecto a las soluciones institucionales desde arriba y deja a los movimientos de base exactamente donde comenzaron: siendo la principal fuerza antagónica al asalto neoliberal a la sociedad y la única fuerza capaz de imaginar un mundo diferente que va más allá de las instituciones fallidas del mercado capitalista depredador y la democracia representativa.
Sin lugar a dudas muchos activistas honestos y comprometidos están vinculados a las bases partidistas de Syriza. Es ahora su tarea reconocer el fracaso del plan de Syriza y resistir los esfuerzos del gobierno para vender el nuevo memorándum como un desarrollo positivo o inevitable. Si Syriza, o una parte mayoritaria del mismo, decide permanecer en el poder –en este conjunto gubernamental o en algún otro, más servil, establecido por los acreedores– y supervisar la aplicación de este brutal memorándum,es la tarea de la bases del partido rebelarse y unirse con otras fuerzas sociales en busca de una salida a la barbarie, a romper filas de un partido que podría ser rápidamente convertido de una fuerza de cambio en un administrador reacio de un sistema brutal sobre el cual no tiene ningún control.
El papel de la Izquierda –definida en términos amplios– no es la de un administrador más benévolo de la barbarie capitalista: después de todo, ese era el propósito original de la socialdemocracia, un proyecto que se agotó ya en la década de los 80. No puede haber «austeridad con rostro humano»: la ingeniería social neoliberal es un ataque a la dignidad humana y a los bienes comunes en todas sus manifestaciones, de derecha o de izquierda.
He argumentado en otro lugar que el ‘no’ en el referéndum de la semana pasada fue ambivalente, y la lucha para darle sentido acaba de empezar. Horas después del anuncio de los resultados, el primer ministro Tsipras interpretó el veredicto popular como un mandato para «mantenerse dentro de la Eurozona a cualquier precio’. Es evidente, sin embargo, que el nuevo paquete de ‘rescate’, está fuera de su mandato: el Plan A, el único plan de Syriza, que vaticinaba el fin de la austeridad sin un enfrentamiento con los poderes fácticos ha fracasado totalmente.
El Plan B, promovido en diversas formas por Antarsya, el Partido Comunista y la propia Plataforma de Izquierda de Syriza aboga por una recapacitación productiva fuera de la Eurozona. Aunque se hace cada vez más popular después de que la inflexibilidad del proyecto europeo se ha hecho evidente, todavía es un plan productivista, centrado en el Estado, de arriba hacia abajo, que no pone en tela de juicio los significados dominantes del capitalismo: el crecimiento capitalista sin fin, la economía extractiva, la expansión de la producción, el crédito y el consumo. Por otra parte, mediante el atrincheramiento nacional que promueve, conlleva el peligro de desviaciones autoritarias.
Un punto de inflexión decisivo
Como siempre, la crisis griega es un punto de inflexión referente al futuro del proyecto europeo. Los representantes de la línea dura en la Eurozona insisten en culpar a la gente de la periferia europea por los defectos estructurales de la moneda común y por su propia insistencia en socializar la deuda privada a través de los eufemísticamente llamados «paquetes de rescate». Al mismo tiempo, están envenenando las mentes de la gente del norte de Europa con un discurso moralista neocolonial propagado a través de los medios de comunicación.
La percepción de pérdida del poder político sobre su propia vida está haciendo que muchos europeos den un giro hacia partidos xenófobos y reaccionarios que prometen un retorno al Estado-Nación autoritario. La izquierda europea mira con perplejidad como sus esperanzas de una UE basada en la solidaridad y la justicia social se desvanecen junto con los esfuerzos de Syriza de negociar una salida humana de la crisis de la deuda griega.
Es el momento oportuno para que una amplia alianza de fuerzas sociales lleve adelante un «Plan C», basado en la colaboración social, el autogobierno descentralizado y la administración de los bienes comunes. Sin pasar por alto su importancia, la política electoral nacional no es el campo privilegiado de acción cuando se trata de la transformación social.
La extinción de la democracia en Europa debe complementarse por el fortalecimiento de las comunidades auto-organizadas a nivel local y el establecimiento de fuertes lazos entre ellos, junto con un giro hacia una economía basada en la solidaridad y las necesidades humanas, y la gestión y defensa colectiva de los bienes comunes. El contrapoder social de los oprimidos debe enfrentar el poder social del capital directamente en su espacio privilegiado: la vida cotidiana.
En Grecia, después de dar una vuelta completa, el debate sobre nuestro futuro más allá de la austeridad acaba de empezar. El rotundo 61% de rechazo a la austeridad sirve para recordarnos que este debate es urgente, y la reactivación de los movimientos sociales que prefiguran nuevas relaciones sociales construidas desde abajo es inminente, después de algunos años de relativa desmovilización. Tenemos por delante un nuevo ciclo de resistencia creativa, de forjar sujetos colectivos y de experimentación incansable por la transformación de nuestra realidad desde abajo.