Enric Llopis
¿Qué significó la Transición española? “Con el apoyo explícito e interesado de Estados Unidos o Alemania, nos acostamos con una dictadura y nos levantamos con una monarquía parlamentaria ordenada por el propio dictador, y comenzó toda una política de consenso y reformas…”. Esta definición figura en el editorial del número 84 (otoño de 2015) de la revista “Libre Pensamiento”, publicada por el sindicato CGT (“¿Transición (es)? Al fondo a la derecha”). El mismo editorial rescata el testimonio del catedrático de Derecho Constitucional, Marc Carrillo, en el documental “Una inmensa prisión”, dirigido por Carlos Ceacero y Guillermo Carnero: el ministro Serrano Súñer, cuñado de Franco, recibía visitas de nazis alemanes y fascistas italianos para aprender las técnicas de tortura utilizadas en España. De eso no se habló en la Transición. Tampoco de algunas cifras que aporta el sociólogo Emmanuel Rodríguez en el artículo “El mito en crisis. A vueltas sobre la Transición”: entre 1976 y 1979 se produjeron cerca de 9.000 huelgas, y la pérdida de casi 60 millones de jornadas de trabajo.
La Transición española se ha analizado desde múltiples perspectivas. Desde un punto de vista libertario, lo decisivo fue que se decretara una ley de amnistía y punto final para quienes apoyaron a uno de los bandos –el franquista- y sus herederos, opina Vicky Criado, miembro del Consejo de Redacción de “Libre Pensamiento”. “Así se sentaron las bases de la nueva democracia”. En una conferencia sobre “Nueva Transición y organización popular. El maquillaje estatal” dentro de las XVII Jornades Llibertàries de CGT-València, Vicky Criado plantea varias preguntas capitales para entender el trasfondo de la Transición: ¿Cómo y quiénes han contado la Transición en los medios de comunicación y las escuelas?; ¿qué calidad tiene la democracia española, cuando una parte de la clase política no ha condenado la dictadura? ¿Es exportable la Transición a países de América Latina que no han aprobado leyes de punto final como España? Y termina con una cuestión de inevitable actualidad: “En febrero de 1936 la CNT y la FAI reclamaron el voto para el Frente Popular: ¿Qué recomendaría hoy la CGT?”
Desiderio Martín, miembro del Gabinete de Estudios Confederal de CGT, distingue tres transiciones en el estado español. A mediados de los 70 se produjo la primera, cuando una parte de los trabajadores tenían todavía en mente el conflicto, no el consenso, y luchaban por la libertad política. En la primera transición existía la oportunidad de “generar un nuevo orden”. “Entonces estábamos orgullosos de ser clase obrera, no nos sentíamos clase media como hoy”, explica Martín. En barrios de Madrid como Orcasitas o Vallecas, las asociaciones de vecinos de los años 70 se manifestaban contra la carestía de la vida y construían viviendas en las barriadas. Pero posteriormente se produjo la evolución del conflicto político a la razón económico-técnica, como solución a cualquier problema.
Se puede considerar el ingreso del estado español en la Comunidad Económica Europea (CEE) en 1986, con un gobierno del PSOE, como un hito que dio lugar a la segunda Transición. La sociedad considerará que las leyes del mercado son las que garantizan la eficacia. “La gente ya no confía en el conflicto político, sino en soluciones técnico-económicas: que la economía funcione, los empresarios puedan invertir, se incrementen los salarios…”. En conclusión, para ser “modernos” lo necesario es que un país cuente con buenos técnicos. La política se reduce a límites muy estrechos y se somete a las leyes de la oferta y la demanda.
La tercera Transición se puede resumir con una viñeta de El Roto: “Se despertaron y no encontraron la modernidad”. Según Desiderio Martín, “se ha quebrado ese modelo de bienestar en que enchufabas un interruptor y confiabas en que hubiera luz, o necesitabas un préstamo y pensabas que allí estaría el banco…”. Hoy, en víspera de las elecciones generales del 20 de diciembre, todos los programas electorales de los partidos ofrecen soluciones técnicas, “en cuyo caso resulta imposible superar el capitalismo”.
Además, “todas las salidas que se plantean como proceso constituyente (o reforma constitucional) no tienen nada que ver con lo que planteaban el 15-M y las Mareas”, explica Desiderio Martín. Incluso si fuera posible una diversidad de programas económicos, “al capital le da lo mismo las políticas keynesianas que las liberales”, aunque en los dos casos el estado resulte fundamental: las políticas neoliberales de Reagan y Thatcher habrían resultado imposibles sin la herramienta estatal. Por otro lado, si se pretende desregular el mercado laboral, el de la energía u otros sectores económicos, “sólo puede hacerlo el estado, y de una manera autoritaria”, explica Martín.
Un ejemplo “alternativo” a lo realmente existente se produjo durante la revolución española de 1936-1939. Entonces se llevó a término la socialización de empresas, un aprendizaje colectivo de cómo producir y repartir en el que participaron millones de personas en todas las áreas de la economía. “En aquella época fue posible”, subraya el activista y miembro del Gabinete de Estudios Confederal de CGT. “Hubo un empoderamiento real de las personas, pero hoy el contexto es diferente: hemos dilapidado buena parte del caudal de movilizaciones inaugurado a partir del año 2011, con el 15-M, las Mareas o las Marchas de la Dignidad”. Con vistas a la convocatoria electoral del 20 de diciembre, el sindicalista argumenta con una reflexión del escritor y activista libertario Ricardo Mella: más que votar o no, lo importante es aquello que se hace el resto del año en la fábrica, en el barrio o en todos los sectores en conflicto.
A lo que en algunos foros se denomina “nueva” Transición, el sindicalista de CGT-Ensenyament de Catalunya Emili Cortavitarte lo califica como “Transición 2.0”. Pero al margen de las nomenclaturas, lo fundamental es que se invisibiliza un aspecto clave: la gran “estafa” que supuso la crisis de 2008. En aquel momento algunos de los líderes mundiales hablaron de un “capitalismo de rostro humano”. Sin embargo, los diferentes organismos tecnocráticos –el FMI, el BCE, la Reserva federal estadounidense o el Banco Mundial- empezaron con la política de austeridad y recortes. Frases como “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades” forman parte ya del imaginario colectivo. Sin embargo, cuando aparece el término “nueva” transición no se está hablando de economía, sino de política del espectáculo. Y se dan por reales principios como que la emprendeduría y el “sálvese quien pueda” son lo postmoderno, mientras que la lucha de clases es una antigualla.
Cuando a partir de 2011 irrumpieron en el escenario movimientos como el 15-M, las Marchas de la Dignidad o las Mareas, “al sistema se le generó un problema”, afirma Emili Cortavitarte. “Decidieron que todo ello deberían retransmitirlo por televisión; y en un plató resulta más gracioso un político joven y con coleta que habla de la casta que una mujer anciana que denuncia un desahucio y participa en la ocupación de un bloque de viviendas”, añade. También empezó la saturación de casos de corrupción política –pocas veces se aborda la corrupción económica- y la aparición de actores políticos que se vendían como “asépticos” y “regeneradores”. “Por supuesto la corrupción no se presenta como inherente al sistema capitalista”, afirma Cortavitarte. La esfera política se presenta como un ámbito vedado a los políticos (“viejos y nuevos”), y a los periodistas “que saben más que el resto de los humanos”. Este panorama lo definieron los filósofos situacionistas como “la sociedad del espectáculo”.
El problema de la política entendida como espectáculo es que, afirma el sindicalista, “se separa de la ética y los intereses de las clases populares”. Así las cosas, ¿en qué términos se plantean los debates políticos de la Transición 2.0? Por ejemplo, en si finalmente emergerán los partidos emergentes; o el tiempo que se sostendrá el bipartidismo. Ciertamente, “todo el mundo busca a las clases medias, que se escoran cada vez más a la derecha”. Y por esa razón la mayoría de los programas de los partidos se deslizan hacia ese flanco. Aunque algunos, apunta Cortavitarte en referencia a Ciudadanos, “buscando el centro llegan a la extrema derecha, por ejemplo cuando hablan del contrato único o la violencia de género”. “Si algún partido planteara realmente alguna opción antisistema, aparecería en un debate no a seis sino a 12.000”, concluye el activista.
La conclusión es que la Transición 2.0 preservará el Régimen del 78, “con algún retoque de chapa y pintura”. Y con una Constitución peor. Ahora bien, agrega Emili Cortavitarte, “hay motivos más que sobrados para sacar a determinada gente de las instituciones, por lo que no voy a decir que no se tenga que votar”. La clave sin embargo reside en el estado de salud del movimiento popular. Entre 2011 y entrado el año 2014 se han paralizado desahucios, organizado dos huelgas generales, dos Marchas por la Dignidad, las mareas o la “primavera valenciana”. Pero entre 2013 y 2014 se produjo un punto de inflexión, en el que se difundió la idea de que estaba en marcha un embrión de poder popular, y que llegaba el momento de ser pragmáticos. Venía a decirse que la lucha desde dentro de las instituciones ofrecía una oportunidad. “Hubo un retroceso en las movilizaciones”, concluye Emili Cortavitarte.
¿Qué opina el sindicalista sobre este reflujo en la protesta? “Las posibilidades reales dentro de la política del espectáculo son muy relativas”. Además se plantea una cuestión de fondo: “Pensar que las instituciones del estado son neutras constituye un error de apreciación brutal, porque después del 20 de diciembre continuarán seguramente las mismas personas en la judicatura, el ejército y dirigiendo las empresas”. ¿Qué hacer, por tanto, el día de la convocatoria electoral? “Mi idea es que las personas y los movimientos sociales podemos hacer lo que creamos, admitiendo la obviedad de que votar al PP es una locura”. Lo fundamental para el activista es qué se hará el día 21 de diciembre. Lo importante, subraya, es “crear sinergias entre la gente que trabaja en la paralización de desahucios, en el sindicalismo, en el mundo de las cooperativas o las plataformas de parados, siempre con horizontalidad y humildad”.
Emili Cortavitarte reitera que, más que las coyunturas electorales, lo que al estado le preocupa son hitos de la reivindicación popular como las dos huelgas generales o las Marchas de la Dignidad (la primera de ellas reunió a un millón de personas en Madrid). Porque seguramente los próximos comicios impliquen una nueva escenificación de “El Gatopardo” de Lampedusa: que todo cambie con el fin de que las cosas continúen igual. “Aunque ganen los supuestamente menos enemigos de las clases populares, hay que mantener la presión y el empoderamiento”, concluye.