La investigadora y activista Marta Malo destaca que la vida humana requiere cuidados que hoy no se garantizan.
Tenían entre 20 y 30 años cuando reflexionaban sobre algo que hoy, en medio de la recesión global, pudiera parecer una obviedad. La precariedad no sólo apunta a los contratos de trabajo, entendieron, sino que cabía ampliarla a toda la existencia. La investigadora militante, activista social y miembro del Observatorio Metropolitano de Madrid, Marta Malo, formaba parte entonces del colectivo “Precarias a la deriva”. Allí, a través de una investigación y diferentes conversaciones –las de mayor interés, con empleadas del hogar latinoamericanas- empezó a aflorar de qué modo se construía la educación femenina, la de los varones y sobre todo la función de los cuidados. A los 30 años, la investigadora se hacía cargo de su hijo, experiencia que en otros lugares del mundo tiene lugar a edades mucho más tempranas. La conclusión es que, aunque de manera muchas veces invisible, los cuidados son el suelo sobre el que se organizan las sociedades de carácter neoliberal.
¿Qué significa, de manera precisa, la organización social de los cuidados? La imagen socialmente más naturalizada es la de una mujer cuidando de los hijos en el hogar, pero también puede referirse a la vida sana (cuidado del cuerpo) o la atención que se le presta a un enfermo en el hospital. Es decir, no hay sólo una manera de entender los cuidados, ni tienen por qué identificarse con el trabajo (doméstico) femenino. Pero sí que puede constatarse un elemento invariable a lo largo de la geografía y la historia: “La especie humana atraviesa etapas de vulnerabilidad en las que necesita, para subsistir, de otros seres humanos”. Así lo afirma Marta Malo en el Foro Luis Vives organizado por el Ayuntamiento de Valencia, dedicado en su 24 edición al “Trabajo, precariedad y juventud”. Otra de las simplificaciones consiste en reducir el cuidado la provisión de sustento, pues el cuidado implica también un vínculo afectivo con otra persona.
A pesar de la polisemia y los matices, desde los siglos XVII y XVIII las sociedades occidentales asocian los cuidados al tipo de hogar que nace con la Revolución Industrial. Es entonces cuando se inaugura la distinción entre los mundos “productivo” y “reproductivo”, que en las sociedades agrícolas se presentaban mucho más entremezclados que hoy. Se produce entonces un gran cambio, ya que la actividad “productiva” se remunera y desarrolla en el espacio público, mientras que la “reproductiva” no se realiza a cambio de dinero, queda relegada al ámbito privado, aparece socialmente “devaluada” y es desempeñada mayoritariamente por mujeres. Todas las destrezas y saberes asociados al cuidado y el trabajo “reproductivo”, en el campo de la educación, la higiene o la medicina, se comienzan a vincular a los expertos y al conocimiento que estos transmiten en sus manuales. “Se supone que las mujeres no saben de todo ello, y por tanto hay que enseñarles”, explica Marta Malo, coordinadora y una de las autoras del libro “Nociones comunes. Experiencias y ensayos de investigación militante”, publicado por “Traficantes de Sueños”.
Con la Revolución industrial aparece la noción contemporánea de hogar, pero también los lugares de encierro como las residencias de personas mayores y discapacitadas, donde se dispensan los cuidados con el mismo tipo de organización que el de una fábrica. En definitiva, “el cuidado se convierte en ago invisible, subalterno, encerrado y algo humillante, porque se necesita a otra persona: ya no eres una persona autónoma y con capacidad de decidir, es más, se te infantiliza”. En ese contexto, Marta Malo destaca que nace el concepto de “ama de casa”, que realiza tareas devaluadas, depende del salario de su marido y permanece recluida en su pequeño feudo, el hogar. Pero ya en el siglo XVIII surgen las primeras críticas a este modelo, que llegan hasta hoy.
Podrían señalarse múltiples ejemplos. La investigadora y activista selecciona un cartel del 8 de marzo de 1973, diseñado por el colectivo autónomo “Lotta Feninista”. Defendían que, ciertamente, el trabajo doméstico y los cuidados sostienen el mundo pero también limitan, sofocan, a la mujer, por lo que hay que socializarlos. “Mamá ha salido y no va a volver”, fue otra de las consignas del feminismo autónomo italiano. Asimismo se reivindicaba no pasar de la tutela del padre a la del marido. Marta Malo recuerda las manifestaciones en el estado español por el derecho al divorcio o que el adulterio femenino estuvo castigado con pena de prisión durante la dictadura franquista. También se protestaba contra las instituciones de encierro destinadas a las personas que requerían cuidados. Irrumpen, así, en la década de los 70, los movimientos de renovación pedagógica, por la democratización de la psiquiatría, contra el enclaustramiento de los “locos” en manicomios (considerados cárceles para pobres) o en defensa de la salud comunitaria (se reivindican los centros de proximidad frente al encierro en hospitales).
Lo que vino después se lo resumió a la investigadora, de manera lacónica, una compañera boliviana: “Ganamos pero perdimos”. Se conquistó el acceso a los anticonceptivos, el derecho al divorcio y al aborto o los cuidados de proximidad, por ejemplo en los Centros de Día. Pero también cerró sus puertas la gran fábrica fordista, que permitía organizar las luchas obreras a partir del criterio de igualdad salarial. Después de esa “reestructuración” capitalista, “trabajamos en pequeñas empresas con una nómina integrada por una pequeña base y casi todo lo demás, incentivos”, destaca Marta Malo en la conferencia titulada “Neoliberalismo, cuidados y formas de vida”. Muchas de las prácticas que las mujeres aprendían tradicionalmente para ser amas de casa, adquirieron valor en el mercado de trabajo, principalmente en el sector de los servicios. El cuidado y la escucha –valores considerados femeninos- empezaron a cotizar al alza, lo que supuso un aumento de las contrataciones laborales a mujeres. Al final, se fracturó el modelo del hombre que labora y mantiene a la familia con su salario, mientras la mujer permanecía en el hogar.
El proceso dio lugar a una crisis de los cuidados, del hogar y, más aún, a una crisis de toda la existencia, según la cual todo depende de cómo uno “se busca la vida”. Durante mucho tiempo en el movimiento feminista se habló del “autocuidado” desde una perspectiva emancipadora, explica Marta Malo, sin embargo hoy se ha generado una “ola” de autocuidado que pasa por el consumo de terapias, el yoga, la meditación o la autoayuda. “Mirarme yo, tomar mis decisiones y adoptar una autoconciencia extrema para continuar estando bien”. Algo así como mirarse permanentemente el ombligo. En las antípodas de este enfoque, la autora sostiene que todo ser humano atraviesa por fases de vulnerabilidad en su vida y requiere cuidados que hoy no están garantizados. Es el caso, aunque extremo, de los ancianos que fallecen en su casa sin apenas recursos, cuando antiguamente se hacían cargo de ellos las familias. “Además se generan nuevos nichos de negocio en relación con los cuidados”, apunta la investigadora y colaboradora del colectivo “Yo sí, sanidad universal”. Las plazas en las guarderías de 24 horas, en las residencias para discapacitados o los servicios para el cuidado de ancianos se compran y venden en el mercado.
En muchas ocasiones estas labores vinculadas a los cuidados se reservan a mujeres de los países del Sur, además, se trata de servicios cada vez más precarizados (se les paga poco a las trabajadoras, que además tienen generalmente pocas probabilidades de promoción laboral) y “externalizados” a empresas. Si es uno o una quien se encarga de las personas dependientes de su familia, ha de hacerlo multiplicándose después de la jornada laboral. En este estado de cosas aparece la perspectiva de la conciliación, en la que la mujer se lanza a la “emprendeduría”, el empleo de media jornada o el “teletrabajo”, con el fin de disponer de tiempo para la crianza. También se defiende el “reparto” de las tareas de cuidado entre mujeres y hombres, en la que ellos acceden a los permisos de paternidad. Circunstancia distinta es la de las mujeres que se plantean volver al hogar, disfrutar de la crianza y una vez despojadas de las obligaciones laborales, recuperar los vínculos familiares. Son mujeres que ya no asumen la carrera profesional como una prioridad absoluta. Un problema distinto es el de las personas que han vivido el “encierro” en instituciones de cuidado y deciden romper con éstas, con el fin de llevar una existencia independiente.
Marta Malo observa un problema en muchas de estas propuestas parciales: “No van al nudo de la cuestión, el capitalismo”. La clave de su exposición es la siguiente: “La vida humana atraviesa necesariamente fases de vulnerabilidad y requiere de otros, de hecho, nuestro primer vínculo como seres aún muy frágiles se establece con otra persona; esta vulnerabilidad y dependencia se trata de ocultar mediante el dinero, de manera que se le paga a alguien o a una empresa para que te preste un servicio”. Pero el cuidado es algo irrenunciable, no una carga, lo que obliga necesariamente a una organización distinta de la sociedad. También a un giro radical en el lenguaje, como ocurrió en una manifestación que tuvo lugar en Sevilla, cuando de manera espontánea y fruto de una errata a la “Plaza de la ciudadanía” se la rebautizó como de la “cuidadanía”. Es un concepto nuevo, la “cuidadanía”, de importante potencial: “Si ponemos el cuidado en el centro de nuestras vidas, se modifica toda nuestra aproximación a los saberes, de manera que ya no es el PIB el valor que todo lo contabiliza”, explica Marta Malo.
También cambiaría el acercamiento a campos como la Biología, pues la vida se abre paso cooperando, de hecho, puede constatarse que el paso de una célula simple a una compleja tiene lugar mediante el vínculo y el acoplamiento. Además de una nueva perspectiva, apunta Marta Malo, hacen falta instituciones –no entendidas como el aparato del estado- sino como organizaciones y normas que apoyen la tarea de los cuidados. La investigadora asegura que no prescindiría de pequeñas reformas como establecer un salario para el trabajo doméstico, “medidas que no son transformadoras pero que pueden ser palancas de cambio”. Se trataría de apuntar, como hacen las redes de economía solidaria, más allá de los patrones establecidos para otorgar más tiempo al vínculo personal. “También son necesarios los cambios en la forma de percibirnos, ya que el neoliberalismo nos dice que uno sólo ha de mirar por sí mismo, sus inversiones y apuestas personales”. En cambio, “poner en el centro los cuidados nos obliga a estar en el mundo con los otros y a no desvincular nuestro cuidado personal del de los demás”, remata la activista.