Un túnel ferroviario, oscuro, llega a su punto final, y la cámara que poco a poco se abre abarca a los próceres de la Transición, en la corte del monarca Juan Carlos I. Empieza «Valentín, la otra Transición», un documental de 53 minutos sobre la muerte del joven militante de la CNT, Valentín González, durante una jornada de huelga el 25 de junio de 1979 en el Mercado de Abastos de Valencia. A los 20 años, el joven perdió la vida por los disparos de la policía armada. La respuesta al crimen fue una de las mayores huelgas generales que se recuerda en la ciudad de Valencia. «La época no fue pacífica ni consensuada, por lo menos con la gente que se movilizaba por la ruptura», afirma el realizador del audiovisual, José Asensio, durante el estreno el 7 de abril en el Aragó Cinema de Valencia (gestionado por la cooperativa «La Cinemista»), a la que asistieron 150 personas.
Se trataba de la primera huelga en la que participaba Valentín González, y consideraba que era su obligación estar ese día en el tajo, en el Mercado de Abastos. Formaba parte de las «collas» (grupos de trabajadores) de carga y descarga que laboraban allí donde se les requiriera. Decidieron ir a la huelga, que contaba con autorización previa, para cobrar los salarios que se les adeudaban. Los trabajadores formaron ese día una «barrera» en la puerta del mercado para que no entraran los camiones. Llegó una decena de furgones de la policía armada (los «grises» de la época), bajo el mando de un teniente. «En plan matón», recuerda Valentín González (padre), en el documental producido por la CGT, fruto de cuatro años de trabajo. A los pocos minutos, el jefe de la operación recibió una llamada, de la que se derivó una orden a los «grises»: «A por ellos». Valentín González murió por el impacto de un «pelotazo» de goma que le reventó el corazón, en plena carga policial.
«Murió a los 20 años en defensa de las reivindicaciones obreras», decía la lápida de Valentín. En la capilla del cementerio, el cura se negó a oficiar una misa (tal como solicitó la familia), pero otra cosa fue la respuesta popular. El documental muestra fotografías de la época con la puerta del Hospital Clínico abarrotado de gente y una manifestación de masas por las calles de Valencia. Numerosos locales y comercios del centro de la ciudad cerraron las puertas. «El gobernador civil y la policía no fueron conscientes del factor aglutinante y movilizador que tuvo el asesinato para el movimiento obrero», apunta Juan Pérez Eslava, de la Fundación Salvador Seguí.
En principio, destaca la periodista de «Valencia Semanal», Rosa Solbes, «se trataba de una huelga de tantas; informábamos continuamente de la conflictividad social, en sectores como la construcción, el textil o el metal». «Valencia Semanal» dedicó un número especial a Valentín González. Paqui González, hermana del obrero asesinado, destaca en el audiovisual el parco seguimiento mediático: «No se le dio ningún relieve al crimen en la prensa estatal, salvo una cuña en El País». El periodista y escritor Mariano Sánchez Soler recuerda el calificativo que las instituciones otorgaban a estos casos: «Hechos aislados». Al juicio pudo entrar el abogado de la víctima, pero no el padre de Valentín González. Los familiares propusieron testigos, que fueron rechazados e incluso recibieron amenazas. Finalmente, el caso se liquidó con una falta leve y una multa de 1.200 pesetas al policía autor del asesinato. La familia recibió un millón de pesetas.
En 1992 empezaron a convocarse, de manera ininterrumpida cada año, los actos en recuerdo de Valentín González. Además, las administraciones han estado en contra de cualquier reconocimiento durante muchos años, por lo que no se ha conseguido que el Mercado de Abastos (actualmente un instituto) lleve el nombre del obrero asesinado. Se ha conseguido, hasta el momento, colocar una placa conmemorativa (2009) en lugar del crimen. La película contextualiza los hechos. La nómina de estudiantes y activistas asesinados incluye a Yolanda González (1980), a manos del ultraderechista Emilio Hellín; Emilio Martínez y José Luis Montañés (1979), asesinados por la policía; Arturo Ruiz (1977), por los Guerrilleros de Cristo Rey; Miquel Grau (1977), por un militante de Fuerza Nueva….
En la puerta de la Facultat de Geografia i Història de València, un grupo de activistas se concentraba ayer para recordar la muerte del joven independentista, Guillem Agulló, en 1993, a manos de un grupo de neonazis. «A las víctimas se les ha matado dos veces», recuerda Mariano Sánchez Soler, «pues después del crimen llegó el olvido, como consecuencia del pacto de silencio de la Transición». Pasaron muchos años hasta que a los muertos del Batallón Vasco Español, la Triple A o Fuerza Nueva se les empezó a considerar víctimas del terrorismo. En su tesis doctoral y en el libro «La transición sangrienta. Una historia violenta del proceso democrático en España (1975-1983)», Sánchez Soler contabiliza en este periodo 591 muertos por la violencia política en el estado español, de los que 188 corresponden a la «violencia institucional» (policía o grupos de ultraderecha que actuaban con la connivencia policial para mantener el estado de cosas). A esta cifra se agregan cerca de 2.000 heridos, muchos de ellos por impacto de bala. «La gran herramienta para controlar la Transición fue el miedo, aún se decía que Franco había salvado a España del caos de la República». En otros términos lo expresa el exministro Martín Villa en «Valentín, la otra Transición»: «Lo nuestro pueden ser errores, lo otro son crímenes».
El documental comienza con un retrato de la Transición que subraya el conflicto, frente a las visiones idílicas del consenso. Se mencionan los últimos fusilamientos del franquismo en septiembre de 1975, el dictador aparece con mal de Parkinson en la balconada frente al Palacio de Oriente; muy cerca el príncipe Juan Carlos de Borbón, sucesor en la jefatura del estado; pero también las movilizaciones obreras, estudiantiles y los gritos de libertad y amnistía. El historiador anarquista, Miquel Amorós, recuerda la crisis «larvada» por el alza de los precios del petróleo. «El PCE y el PSOE -los que tenían mayor peso en la izquierda- aceptaron el arbitraje del rey y la desmovilización de la calle», subraya Sánchez Soler. El sindicalista, hoy en la CGT y el Ateneo Libertario Al Margen, Antonio Pérez Collado, resalta hitos de la desmovilización y las cesiones como los Pactos de la Moncloa y el ingreso de España en el Mercado Común europeo (1985), cómo la democracia mantuvo a los responsables policiales y judiciales del franquismo y finalmente se olvidó a los centenares de miles de represaliados por la dictadura.
«Los dos grandes sindicatos -UGT y CCOO- se comprometieron a moderar el crecimiento de los salarios; fue un gran paso atrás respecto a las grandes huelgas del último franquismo, con el movimiento asambleario en auge dentro de las fábricas, lo que llevó a avances salariales; al final, se trataba de lograr la paz social», explica Pérez Collado. Pero antes de la liquidación, se produjeron luchas obreras y vecinales. Según Miquel Amorós, «surgió un nuevo proletariado en los años 70 -una segunda generación del movimiento obrero después del desarrollismo- que el PCE supo controlar, aunque en un primer momento se trató de comisiones obreras autónomas». Esta nueva generación -un proletariado joven y radicalizado- rompe con la tradición «reformista», justo cuando en Europa se hablaba también de autogestión y consejos obreros.
El documental da cuenta de uno de los jalones en la historia del anarcosindicalismo ibérico: la manifestación convocada por la CNT el 15 de enero de 1978 en Barcelona, contra los Pactos de la Moncloa. El acto, en el que participaron más de 15.000 personas, terminó -previa infiltración policial- con el incendio provocado en la Sala de fiestas Scala, lo que llevó a las acusaciones de terrorismo y la criminalización del sindicato. Además del episodio «negro», se incluyen en los 53 minutos de película la apertura de la CNT a los nuevos movimientos sociales, el conflicto con el exilio de Toulouse, y las expectativas de gente joven que buscaba nuevos referentes en el ecologismo, el feminismo, la lucha antinuclear, las comunas y la contracultura. Rondaba el influjo de mayo del 68 y el movimiento hippie, recuerda Pérez Collado, quien también destaca el rol de publicaciones como «Alfalfa» o «Ajoblanco».
En el tramo final de la película aparece otra vez el túnel oscuro, que conduce al amanecer en una playa… Y conecta el pasado con el presente: la represión brutal del movimiento estudiantil de la «Primavera Valenciana» (febrero de 2012). La historiadora Dolors Marín señala un posible camino, en tiempos de radical incertidumbre: «La transformación social vendrá de muchos sectores y conciencias críticas, no sólo del movimiento obrero». Se sitúa, además, en la línea de los anarquistas de finales del siglo XIX: la revolución de las conciencias ha de ser previa a la revolución social. La hermana de Valentín González camina por la playa de la Malvarrosa y se detiene, coloca en primer plano un cartel que recuerda el crimen. Se colocan a su vera unos niños y detrás, poco a poco, activistas que se acercan. Termina el documental. Ocurrió el 25 de junio de 1979…
Enric Llopis