Hasta este sábado 27, mi columna mensual comenzaba así:
Mientras escribo estas líneas, miles de familias palestinas, y en especial miles de mujeres, entraron en el mes de Ramadán con una angustia que les hace intolerable el diario vivir −aun para ellas, que a lo largo de todo su ciclo vital no han conocido un solo día de normalidad y paz, gracias a esa eficaz maquinaria destinada a hacer de sus vidas un infierno cotidiano: la ocupación israelí.
No hace falta mucha empatía para comprender lo que están viviendo: imagínate que tu ser más querido –tu hijo, tu pareja, tu padre− está encerrado en una celda, alimentándose sólo con agua y sal desde hace 40 días, sin poder comunicarse con sus compañeros, con su familia, con su abogada, rodeado solamente por guardias enemigos que lo hostigan y maltratan cotidianamente para quebrarlo y hacerlo desistir de su justa protesta. No sabes cómo se siente, cuántos kilos ha perdido, qué síntomas y dolores le provoca el ayuno prolongado: ¿estará vomitando u orinando sangre? ¿Soportará los dolores viscerales? ¿Tendrá algún órgano vital seriamente afectado?, y de ser así, ¿será reversible? Y a pesar de tu desesperación y angustia, no tienes adónde reclamar, a quién exigirle que ponga fin a esta situación antes de que sea demasiado tarde.
¿Qué familia palestina no tiene un integrante (o varios) en la cárcel? Conozco a muchas de esas mujeres; he visitado sus casas, he tomado té dulcísimo conversando con ellas sobre su espíritu de sumud (su paciencia y tenacidad para resistir y permanecer en su tierra); he visto las fotos de sus hijos presos o mártires (o ambos) en las paredes de la sala; he cosechado aceitunas con ellas, riendo y sudando bajo el implacable sol de octubre; he admirado sus jardines cuidados y sus bordados tradicionales, asombrada de su capacidad de producir belleza en medio de tanta muerte y horror. Y mi corazón está destrozado, como el de ellas. Mis hijos no están en la cárcel, pero puedo imaginar cómo me sentiría si esos seres que adoro estuvieran agonizando a manos de un enemigo cuyo único propósito es destruirlo.
Cuando ya estaba terminando el texto, sin embargo, llegó la noticia de que los presos habían levantado la huelga de hambre por Libertad y Dignidad, tras 40 días y 20 horas de negociaciones. Según informaron las organizaciones de apoyo a las y los prisioneros, el acuerdo alcanzado contempla la gran mayoría de las demandas de los presos −que de hecho constituyen obligaciones legales de Israel bajo el derecho internacional−: habrá dos visitas familiares de 60 minutos al mes (en lugar de una de 45); se permitirá la visita de familiares de segundo grado (nietos, abuelas) y contacto físico una vez al año; se instalarán teléfonos públicos para mejorar la comunicación de las mujeres presas con sus hijos, y de los presos menores y los enfermos con sus familias; habrá mejoras en la alimentación y el acceso a ropa y bienes básicos; los presos enfermos podrán ser examinados por médicos independientes, y el hospital de la prisión de Ramle volverá a su antiguo edificio, más amplio y con espacio de recreación.
Parece increíble que 1.500 prisioneros tengan que llegar al extremo de poner sus vidas en peligro con un ayuno de 40 días para que las autoridades penitenciarias de “la única democracia de Medio Oriente” accedan a simplemente cumplir con su deber.
Habría que preguntarse por qué, de una total intransigencia y hostilidad, el régimen pasó a negociar con los dirigentes de la huelga y aceptar la mayoría de sus demandas −aunque es probable que la detención “administrativa” (sin cargos ni juicio y por tiempo indefinido) seguirá siendo práctica corriente. A lo largo de toda la huelga los presos enfrentaron una dura represión por parte de las autoridades penitenciarias: se les negó toda visita familiar y la mayoría de las visitas legales, se les trasladó repetida y abusivamente de una cárcel a otra, se les confiscaron sus pertenencias (incluida la sal que tomaban con agua para preservar su vida) en violentas requisas diarias.
Los prisioneros respondieron a la brutalidad de sus carceleros con entereza y determinación. No estaban solos en su lucha: sus madres y familiares llenaron las plazas y carpas de solidaridad en cada ciudad, aldea y campo de refugiados de Palestina. Muchas madres hicieron su propia huelga de hambre para acompañar a sus hijos. La gente resistió la represión de las fuerzas de ocupación en las calles, hubo decenas de personas detenidas y heridas, y hasta un joven pagó con su vida la solidaridad con los presos.
A medida que la huelga se prolongaba, la salud de los huelguistas empezó a deteriorarse, con cuadros de gravedad: muchos empezaron a vomitar u orinar sangre, experimentaron desmayos, fatiga severa y pérdida de más de 20 kilogramos de peso. El 24 de mayo, decenas de prisioneros fueron repentinamente trasladados a hospitales, incluyendo el popular líder de la protesta, Marwan Barguti.
Mientras el gobierno israelí mantenía una veda informativa sobre el estado de salud de los huelguistas, aumentaban las expresiones de preocupación y la presión internacional para que atendiera sus demandas: reconocidas organizaciones de derechos humanos internacionales dirigieron una carta abierta al Secretario General de la ONU urgiéndolo a exigir a Israel que respetara los derechos humanos de los huelguistas. El Alto Comisionado de la ONU para los DD.HH. también expresó su preocupación, especialmente por las acciones punitivas de Israel contra los huelguistas, y condenó la detención administrativa. El Comité Internacional de la Cruz Roja, único organismo que pudo visitar a los presos en huelga de hambre, alertó sobre “las consecuencias potencialmente irreversibles para la salud; desde el punto de vista médico, estamos entrando en una fase crítica“. Parlamentarios, centrales sindicales y movimientos sociales de todo el mundo se solidarizaron con los prisioneros en huelga, y cientos de miles de personas se movilizaron y protestaron en los seis continentes.
Es posible que esta presión, sumada a otros factores como la perspectiva de lidiar con cientos de presos hospitalizados, la amenaza de una reacción popular en caso de que alguno muriera, el comienzo del sagrado mes de Ramadán y la proximidad del 5 de junio –en que se conmemoran nada menos que 50 años de la ocupación de Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este y los Altos del Golán sirios− hayan llevado al gobierno israelí a considerar necesario ‘desactivar’ la protesta antes de que se saliera de control dentro y fuera de las cárceles.
No obstante, habrá que monitorear muy de cerca el cumplimiento de los compromisos asumidos (y la concreción de los que están pendientes de ser negociados), porque Israel tiene un largo historial de acuerdos incumplidos con el pueblo palestino, y en particular con los presos y presas. En mayo de 2012, el régimen se comprometió -tras una huelga de hambre masiva en las cárceles- a poner fin a la detención “administrativa” y el aislamiento, y a facilitar las visitas familiares. Cinco años después, hay cerca de 600 presos en detención administrativa (muchos en total aislamiento), 500 menores de edad y cientos que llevan años sin ver a sus familias (sobre todo de Gaza).
Esta medida de lucha, a diferencia de otras anteriores, fue asumida desde el comienzo por todo el espectro político palestino, y contó así con un amplísimo apoyo popular. Por eso la victoria más importante de esta huelga fue el mensaje de unidad que salió de las cárceles, puesto en práctica cuando los presos resistieron con firmeza los intentos divisionistas, exigiendo que las autoridades negociaran con los líderes electos.
El poder de la unidad para confrontar a los ocupantes quedó demostrado dentro de las cárceles y se transmitió a las calles. Una vez más, el movimiento de los prisioneros se volvió el corazón de la resistencia palestina, y su liderazgo moral. Como señaló el colectivo de apoyo a las y los presos palestinos Samidoun, esta huelga no fue sólo por visitas familiares, atención médica y derechos humanos básicos: fue, fundamentalmente, una afirmación de la unidad de la resistencia palestina, de su rechazo al ocupante y su decisión de luchar no sólo por demandas específicas, sino por la liberación.
La esposa de Marwan Barguti publicó el jueves 25 una conmovedora columna en Newsweek, combinando la denuncia con el testimonio personal. Al referirse a las restricciones inhumanas que Israel impone a las familias para visitar a sus presos, Fadwa reveló que no ha podido tocar a su compañero por más de 15 años, y que sueña con poder abrazarlo. “Marwan y yo hemos estado casados por 32 años, y durante ese tiempo él ha pasado más años en prisión que a mi lado. Ha estado luchando contra la ocupación de Palestina por más de 40 años; 22 de ellos estuvo en la cárcel, y otros 7 en el exilio tras ser deportado por Israel.”
“Marwan me dijo hace 32 años, justo antes de casarnos, que mientras estuviéramos bajo la ocupación dedicaría su vida a la lucha por la libertad. Él ha cumplido su promesa al pueblo palestino, y es por eso que confían en él. Pero también me prometió que tan pronto termine la ocupación podremos disfrutar de lo que toda persona busca y merece: una vida normal.”
Por su parte, el Comité Nacional Palestino (BNC) que lidera el movimiento global de BDS, manifestó el 26 de mayo: “El BNC pide una acción internacional inmediata para implementar un embargo militar exhaustivo sobre Israel, similar al impuesto contra el apartheid sudafricano en el pasado. Los organismos internacionales −incluidos los bancos, las corporaciones militares privadas, los centros de investigación, las universidades y los gobiernos− deben dejar de facilitar el desarrollo del aparato militar y de seguridad y la tecnología militar israelíes. Mientras los lazos militares continúen, la comunidad internacional está enviando efectivamente a Israel un claro mensaje de aprobación para continuar con sus severas violaciones del derecho internacional, incluyendo las violaciones de los derechos de los presos.”
Tras conocerse la noticia del fin de la huelga, Samidoun declaró: “Saludamos y felicitamos a los prisioneros por su victoria después de 40 días de sacrificio, firmeza y lucha sin fin. También saludamos y felicitamos a todas las personas que contribuyeron a esta victoria, a lo largo de Palestina, en los campos de refugiados vecinos, en las comunidades palestinas de todas partes y entre quienes luchan por la justicia y la liberación en todo el mundo. Al mismo tiempo, tomamos este momento como inspiración para continuar y redoblar nuestra acción organizada por la libertad de todos los prisioneros y prisioneras, de la tierra y del pueblo de Palestina.
De nosotras depende que así sea.