Se cumplen dos años de la detención y encarcelación de Alfonso Fernández Ortega, ‘Alfon’, tras ser acusado por el aparato represor y juzgado por los tribunales burgueses de este Estado «democrático» en una puesta en escena ante la sociedad calificada de «montaje» por quienes no nos tragamos ya sus manipulaciones. Su delito: ser obrero y defender sin vacilar los derechos y libertades de la gente de nuestra clase social, los de la clase obrera.
Alfon es un preso político que está pagando muy caro haber elegido vivir contra este sistema. Lejos de rendirse, su familia, su gente y su barrio han coordinado para el mes de junio diversas actividades que giran alrededor de una gran manifestación convocada para el 17 de junio en Madrid, día en el que hace dos años Alfon decidió entregarse voluntariamente a la policía para cumplir así con la sentencia de 4 años de prisión que el Tribunal Supremo había ratificado.
Una de las actividades que la plataforma Alfon Libertad ha celebrado en el barrio del joven ha sido una charla con ex presas para conocer las condiciones en las que se vive en las cárceles del Estado español y cómo el poder ejerce la represión física y psicológica tras esos muros. ¿Cómo es la cárcel desde dentro? ¿Qué se siente? ¿Cómo pasan las horas las personas que están allí cumpliendo condenas? ¿Qué derechos tienen? ¿Cómo mantienen vivas las relaciones sociales que tenían antes ser encerradas? Javier, párroco de San Carlos Borromeo, Julen, ex preso político vasco y militante de la Izquierda Abertzale, Carmen, ex presa comunista durante el franquismo, y Benito, vecino de Vallecas y anarquista, han sido capaces de reunirse en Madrid para contarnos sus experiencias.
Javier, es el párroco de la iglesia San Carlos Borromeo que está situada en Entrevías, en el barrio de Vallecas. Este fue el último refugio de Alfon el 17 de junio de 2015. Allí se encerró junto a su familia, amigos y vecinas de su barrio a esperar a que la Policía Nacional llegara para apartarle de todo lo que daba sentido a su vida. Javier lleva años visitando a presos y presas en diferentes cárceles y tiene claro que si continúa con esta actividad es porque en ellas todavía hay un gran número de personas de barrios obreros. «Este es un espacio que lo ocupamos nosotras para recordar a esas personas de la lucha social. No dejamos nada puesto que este lugar no es ni del cura ni del obispo, sino del barrio que lo ocupa y lo utiliza».
Javier había visitado en la mañana del viernes 16 de junio a Alfon en la cárcel de Navalcarnero. Dentro de lo que cabe, el chico se había mostrado contento y animado, insistiéndole a Javier en que trasladase las gracias a toda la gente que continúa apoyándole desde la calle.
Para Javier la cárcel es un sistema perverso tanto para quienes la sufren como para las familias de las condenadas. Es una herramienta que lejos de solucionar un problema lo agranda y perjudica también a quienes trabajan en ella porque el entorno y sus efectos despoja a las personas de lo mejor de sí mismas.
Javier relató la odisea que tiene que vivir cada vez que intenta ir a visitar a algún preso. Una lenta burocracia carcelaria impide muchas veces que las visitas se produzcan cuando realmente son necesarias. Esto solo tiene un objetivo que es impedir o hacer mucho más cuesta arriba la comunicación entre las personas presas con su gente. «Es habitual que la Administración Penitenciaria permita realizar actividades dentro de las cárceles pero nosotros, desde la coordinadora en la que participamos, nos negamos a hacerlas porque no creemos en las cárceles y por lo tanto no alimentamos al sistema».
En un mundo en el que todo se contabiliza en euros, en el que el valor de las cosas lo marca el poder económico, el párroco de San Carlos Borromeo piensa que las cárceles son instrumentos muy costosos para el Estado porque realmente no cumplen con el objetivo de reinsertar a las personas en la sociedad. Además, Javier afirma que a medida que pasa el tiempo y cada vez más sin ningún disimulo, las cárceles son lugares en los que se almacenan personas. Aquí pierden capacidades y por supuesto no logran rehacer su existencia porque la cárcel es un lugar que deja lo que él ha denominado «huella de futuro».
Convencido de otras fórmulas, Javier explica a las asistentes que la mejor manera que tenemos de luchar contra la cárcel es transformar las condiciones de vida en la calle porque estos lugares están llenos de pobres. En estudios realizados se pone de manifiesto que en el Estado español existe un número definido de familias que son las que retroalimentan continuamente el sistema penitenciario.
Como anécdota, Javier contó que el 15 de junio se cumplía 25 años de vida de la cárcel de Navalcarnero, donde Alfon cumple condena. Hablando con él pocas horas antes de la charla en la que nos encontrábamos, le había confesado que ese día los presos habían comido cordero y ensaladilla pero que no sabían a qué se debía ese menú especial. El capellán de la prisión le contó a Javier la verdadera razón, y es que había tenido lugar una celebración por el aniversario de la prisión. Javier nos lanzaba una reflexión: «Estas son las paradojas de este sistema. No solo es una burla celebrar algo así, sino que además a este tipo de actos no asisten los sujetos principales de ese sitio. Una fiesta para celebrar el aniversario de una cárcel sin la presencia de ningún preso en el salón de actos».
Benito, vecino de Vallecas, lleva años apoyando a grupos de presos y presas que se organizan en las cárceles para luchar contra la impunidad del sistema y de sus carceleros. «La lucha dentro de la institución sin el apoyo de la gente que está fuera es imposible», comenzaba diciendo Benito, convencido de que la cárcel no sirve para absolutamente nada. «Es un instrumento del Estado para asegurar el éxito de su plan de dominación y explotación. No existe cárcel terapéutica sino un plan por parte de la institución para que los presos terminen haciendo el trabajo de los funcionarios y poder vender que la gente puede reinsertarse gracias a su paso por la cárcel. Luego continuarán vendiendo a la sociedad el sistema establecido organizando visitas a las prisiones. Es curioso que estas visitas se hagan solo a determinadas zonas entre las que no se cuentan los módulos de aislamiento o los módulos FIES».
Benito explicó que es necesario el apoyo que desde fuera se le pueda dar a estas personas, por eso participa junto a más compañeros intentando llevar el debate al interior de las prisiones. Es algo muy complicado porque para empezar las comunicaciones son intervenidas por los carceleros. Son ellos quienes deciden lo que entra y lo que no con la excusa de la seguridad, excusa que según Benito «es una patraña para que sigamos acojonados y quietos».
Palizas y humillaciones por parte de quienes velan por la seguridad de los condenados y condenadas, terminan siendo silenciadas a pesar de las denuncias que las propias personas presas realizan. La palabra de un agente de la autoridad siempre tendrá más peso que la de un civil ante un juez o jueza. En este sentido, Benito explica que no confía en la justicia burguesa: «No queremos humanizar las cárceles, lo que queremos es destruirlas y al Estado también porque somos conscientes de que mientras exista el Estado habrá represión y cárcel. Por eso no nos cansamos y continuamos acudiendo a las puertas de las cárceles, con nuestra propaganda subversiva contra el sistema».
Julen se ha pasado 14 años de su vida preso y ha conocido 16 prisiones distintas del Estado español. Sabe bastante bien las consecuencias de la política de dispersión puesta en práctica tanto por los gobiernos del PP como por los del PSOE. «La política de dispersión era una medida para alejarnos de nuestras familias y amigos, haciéndonos rotar por prisiones diferentes. Para mí la prisión es el basurero del capitalismo. Allí arrojan a la disidencia, a la gente que lucha o que quiere cambiar las cosas. Aquí acaba la gente sin recursos y los residuos que el propio sistema genera».
El sistema penitenciario español es el 4º en número de presos y masificación en las prisiones, solo superado por Chipre, Italia y Grecia, países muy castigados económicamente. «Veréis muy pocos políticos entre rejas y menos durante largas temporadas, por no hablar de banqueros y personas de la aristocracia o la realeza».
Julen analiza el sistema penitenciario desde su experiencia personal en base a dos líneas. Por un lado asegura que el sistema que tenemos actualmente es heredero del franquismo y sus estructuras, y por otro lado analiza las formas que se tienen para hacer frente a la prisión, desde dentro pero también desde la calle. «Hablamos de tribunales especiales que juzgan con leyes «especiales» como la Ley Antiterrorista. Estos tribunales actuales sustituyeron a lo largo de los años otros pero que continúan cumpliendo las mismas funciones que los primeros. La Ley Antiterrorista es la evolución de la Ley de Peligrosidad Social franquista».
No es ninguna sorpresa que el código penal que el régimen franquista saca en 1947 perdure hasta el año 1996. Este código originó tribunales y más leyes que según Julen, no nos juzgan por lo que hacemos sino por quiénes somos y por el entorno del que procedemos. Así, de este modo, la Ley de Peligrosidad Social es sustituida por la Ley de Vagos y Maleantes, y esta a su vez por la Ley Antiterrorista que ha ido completándose en los últimos años con modificaciones.
Ante este panorama, ¿cómo no vamos a tener derecho a hablar de «régimen del 78» a pesar de que muchos se lleven las manos a la cabeza? Julen lo tiene claro: «Las 50 familias más ricas durante el franquismo siguen siendo las más ricas ahora. El periódico más leído durante el franquismo, el Marca, también sigue siéndolo en la actualidad. No se comprende que esto suceda sin la existencia de un régimen cómplice que lo sostiene. Aquella pseudo-amnistía que se llevó a cabo al iniciarse la transición solo benefició a los franquistas pero no sirvió para quienes luchaban en las calles, para quienes deseaban cambiar las cosas socialmente hablando».
Julen recuerda que durante algún tiempo se vivió en el Estado español un período de motines en las cárceles. Los presos y presas, a pesar de ser en su gran mayoría analfabetas, empezaron a tomar conciencia de su situación y a organizarse. Esto hizo reaccionar al Estado inmediatamente que comienza diseñar una serie de medidas «especiales». Se crean nuevas prisiones para tener en ellas a las personas que han participado o colaborado en esas revueltas. Los presos políticos son los más numerosos.
Más tarde llegaría el «régimen FIES», con dos objetivos muy claros. Por un lado lograr el arrepentimiento de las presas políticas mediante chantajes y torturas físicas y psicológicas. Esto en algunos casos llevaría a muchos de estos presos a renegar de su condición política o de su pensamiento, ofreciéndoles una salida a cambio. El segundo objetivo estaría encaminado a destruir luchas o resurgimientos de estas. Por ello es fundamental el apoyo que los presos y presas puedan tener fuera de los muros, porque el resultado de todo esto suele ser el aniquilamiento, tanto de las luchas como de las personas: suicidios, palizas, depresiones, etc.
Julen no olvida cómo eran los módulos FIES, diseñados y puestos en marcha durante la etapa de gobierno socialista. «Los presos tenían que salir esposados al patio, había cámaras dentro de las celdas que grababan 24 horas».
Con la llegada de Aznar la situación carcelaria se colapsó. Se dobló la población penitenciaria en apenas tres años creando problemas de masificación y sobre todo perjudicando la atención médica de las personas que cumplían condena en ellas. Aznar dio una vuelta de tuerca a la iniciativa del PSOE, modificando hasta en 13 ocasiones el Código Penal para perseguir el cumplimiento íntegro de las condenas. Además anuló los Juzgados de Vigilancia Penitenciaria, uno de los pocos y limitados instrumentos que podían, en un momento dado, garantizar los derechos de las presas y presos. Todo ello tenía un único fin: destruir a la gente en prisión física y anímicamente.
Para Julen las conclusiones tras su experiencia como preso político vasco se asientan en que nuestro Estado «democrático» mantiene la continuidad del franquismo gracias a leyes heredadas de este régimen que solo han modificado para hacerlas más atractivas. «Nos siguen reprimiendo con el único fin de aniquilarnos y domesticarnos, nunca de rehabilitarnos, buscando la sumisión a la autoridad y anulando nuestra conciencia. Pero se puede hacer frente a todo ello, desde dentro y desde fuera. Desde fuera, creando redes de solidaridad y apoyo a los presos, y desde dentro no perdiendo el tiempo, haciendo deporte, estudiando y formándote porque te quitan un tiempo de la calle pero no de tu vida».
Julen no olvidó que el capitalismo también consigue sacar beneficios económicos del Estado policial en el que vivimos. «Están haciendo negocio con la seguridad. Los centros de menores, por ejemplo, ya son privados y algunos servicios dentro de las prisiones, como la lavandería, también. Se trata de ganar dinero con la represión».
La última experiencia que conocimos fue la de Carmen, ex presa comunista durante la transición. Carmen habló sobre todo de resistencia y lo que significa para quienes están dentro de las prisiones.«Si estamos hoy aquí, hablando de la cárcel desde dentro, es porque Alfon, que no podía imaginar ni en sus peores pesadillas que terminaría en la cárcel por participar en una huelga, se ha mantenido una actitud de resistencia y firmeza».
Carmen quiso contarnos que es un error pensar que durante el tiempo que pasas encerrado o encerrada en una prisión estás perdiendo parte de tu vida. No se trata de un paréntesis sino de una nueva etapa de lucha contra lo mismo que peleabas en la calle, en las comisarías y en los juzgados.
Para Carmen la cárcel tiene el objetivo de asustarnos para que nos paralicemos. El Estado fascista tiene esto clarísimo y sabe que los presos y presas son un ejemplo y una muestra de que la resistencia, incluso en las peores condiciones, se puede lograr. El preso político no es un hecho individual, está relacionado con un movimiento mayo en el que la resistencia es el motor. Por eso, el objetivo del Estado será siempre eliminar esta base. Carmen lo argumenta diciendo que si esto no fuera así no tendría sentido el ensañamiento que se produce con las personas una vez que son detenidas y les cae una condena. Esto es así porque el objetivo es doblegarnos una vez que nos han reprimido, de ahí que la pregunta que siempre se hace a los condenados en los juicios sea «¿te arrepientes?».
Carmen recuerda que en este país existe una larga tradición de lucha y organización dentro de las cárceles. En las cárceles españolas no ha habido ni un solo día en el que no hubiera un preso político.«Nos venden que hace 40 años nos convertimos en una democracia maravillosa y que con la Ley de Amnistía todos los presos y presas políticas se pusieron en la calle. Ahora, 40 años después, nos queda claro que esta ley lo que hizo fue legalizar la impunidad de los torturadores. Una ley pactada con todos los grupos que estaban ilegalizados y que se incorporaron al sistema. Pero aquellos presos que siguieron denunciando que nada había cambiado continuaron en prisión. La paradoja está en que el día en que salió con aquella ley el último preso vasco de la cárcel entró, inmediatamente después, el primero de la transición con la etiqueta de «terrorista» quedado claro que aquellos que se integraran disfrutarían de la parte del pastel correspondiente y los que no, encontrarían más represión».
Durante la transición se produce un cambio en el sistema penitenciario español con la modernización de la estructura de las prisiones y bajo la regla del «palo y la zanahoria». Se crean prisiones como la de Herrera de la Mancha siguiendo el modelo europeo, con bloques independientes. Eran cárceles dentro de la cárcel. La «zanahoria» hace referencia a la creación de un nuevo reglamento penitenciario basado en la política de premios y castigos. La forma de cumplimiento de las condenas queda en manos de los funcionarios de prisiones: educadores, asistentes sociales, carceleros, etc. De este modo, la condena dependerá del grado de sumisión, premiándose la división, la insolidaridad y el «sálvese quien pueda». Esto sigue vigente en la actualidad.
Desde la cárcel, muchas van a pelear por crear comunas con la intención de resistir a la presión de los funcionarios y del propio sistema que intenta dividir a los presos. La comuna significa unidad y solidaridad. Además, según Carmen, los presos y presas son también militantes políticos y tienen derecho a continuar pensando libremente en la cárcel, tienen derecho a opinar sobre lo que pasa en la calle y a seguir formándose. Esto el Estado también intentará arrebatárselo con la puesta en marcha de toda esta nueva política penitenciaria.
A partir de 1987, el PSOE destaca por llevar a cabo todas las medidas impopulares que no pudo poner en marcha UCD por mantener todavía en las camisas azules el yugo y las flechas. La entrada en la OTAN, la reconversión industrial que perjudicó a la clase obrera, etc. Hubo conflictos que duraron años, incluso algunos terminaron en tragedia con el asesinato de varios obreros. La cárcel no estará durante esta etapa al margen de lo que ocurre en la calle. El PSOE se centrará en eliminar la resistencia en las mismas. «Ahí tenemos la Ley Corcuera o la continuidad de las torturas y la represión tras los muros».
En 1987 comenzará también, bajo el gobierno socialista de Felipe González, la política de dispersión de presos. «Nos reparten para terminar con nuestros lazos. La dispersión significa ser mucho más vulnerable a la represión. Las palizas y malos tratos se hacen más frecuentes y esto está estrechamente relacionado con la dispersión».