Por Charo Arroyo. Coordinadora de la Comisión de Memoria Libertaria de CGT.
Han pasado 40 años. Pero parece que, en el día a día de esta sociedad amnésica, pasó en el medievo. Las torturas mortales que se realizaban habitualmente en las cárceles españolas por parte de los funcionarios públicos durante los años de la dictadura (torturas que aún hoy no han desaparecido), se siguen tratando como las historias de cuatro radicales que se inventan o manipulan la realidad.
Agustín Rueda, una noche del 13 al 14 de marzo perdió su batalla individual con la vida, pero no la batalla colectiva de sus ideales. Las lesiones producidas por las horas de maltrato en una celda de la cárcel de Carabanchel acabaron con la resistencia de quien llevaba años de lucha por no doblar las rodillas ante la injusticia y el capitalismo.
Activista del movimiento libertario desde su Cataluña natal, acabó sus días en la mítica cárcel funeraria de Carabanchel de Madrid. ¿Cuántas personas perdieron su vida entre esas cuatro paredes represoras? Es tal la vileza de ese recuerdo que, en el intento de borrar todo aquello que recuerda al negro capítulo de la historia de la España “no democrática”, se ha demolido y se quiere hacer caer en el olvido y en la desmemoria lo que sucedió allí.
Por eso, nuestro compromiso es que no venzan los verdugos en su batalla de la desmemoria. Pasen 40 años o 1.000, seguiremos denunciando los atropellos a los derechos humanos que durante más de 80 años han sufrido quienes no han bajado la cabeza ni han doblado las rodillas ante el poder establecido.
En la cárcel se significó dentro del colectivo de presos, siendo un activista importante de la COPEL (Coordinadora de Presos en Lucha), organización de presos que buscaba superar la división entre presos/as políticos/as y comunes, con la idea de que todo/a preso/a lo es como consecuencia de un sistema político y económico injusto, a través de huelgas de hambre, autolesiones, motines, fugas… Pelearon desde dentro de las cárceles por la extensión de la Amnistía concedida a los presos/as políticos/as.
Para quienes han nacido ya en la supuesta democracia española esas siglas posiblemente no digan nada, ni la lucha que llevaron a cabo los presos y presas llamados comunes, que no estaban encuadradas en organizaciones políticas o sindicales.
Es también nuestra tarea el destacar aquella lucha de las personas presas en esos años en los que la amnistía había sacado a la calle a los presos políticos. Unos hechos ocurridos después de haber muerto el dictador, de haberse realizado las primeras elecciones “democráticas” y mientras se estaban terminando los flecos de una Constitución garantista en derechos humanos (al menos eso es lo que su articulado plasma).
Hablo de un año 1978, en el que la policía actuaba igual que en el 70. Con impunidad y con una violencia desmedida rayando el sadismo. Años en los que la extrema derecha seguía instalada en todos los órdenes institucionales sin pudor.
Así, en plena agudización de la lucha y represión en las prisiones, el 13 de marzo de 1978, al descubrir los funcionarios de la cárcel de Carabanchel un túnel que pretendía traspasar los muros de la cárcel, 7 dirigentes de COPEL son aislados y brutalmente torturados. Uno de ellos, Alfredo Casal, pudo dar testimonio de las últimas horas de Agustín Rueda, de su cuerpo ennegrecido y de la pérdida paulatina de sensibilidad en pies y piernas, sin asistencia médica alguna.
A eso de las diez y media de esa noche bajaron dos desconocidos acompañados de funcionarios carceleros, abrieron nuestra celda y pusieron a Agustín dentro de unas mantas y se lo llevaron a rastras, como si de un objeto se tratase. Nuestras protestas no sirvieron de nada. Sólo nos dió tiempo a apretarnos las manos. Ambos sabíamos que no nos volveríamos a ver.
A Agustín le trasladaron hasta el hospital penitenciario de Carabanchel, que se encontraba dentro del recinto carcelario. Allí acabó de morir esa misma noche.
Tan brutal fue la actuación sobre Agustín Rueda que hasta varios de los funcionarios afearon su comportamiento a sus sanguinarios compañeros, llegando a aceptar que había sido apaleado hasta la muerte, aunque siempre la violencia era justificada.
En respuesta a la muerte de Agustín y a las torturas sufridas por sus compañeros, se produjeron manifestaciones en Madrid que finalizaron con fuertes enfrentamientos contra la Policía, y se convocó una huelga general en la localidad natal de Sallent ampliamente secundada. Eso es lo que desde su círculo afín pudimos hacer.
La justicia para Agustín Rueda fue lenta e injusta. A pesar de haber declarado el resto de los compañeros de torturas que los golpes de los que fueron objeto en aquel día llegaron a consumir la vida de Agustín, las presiones y torturas que recibieron posteriormente les llevaron a retirar las denuncias que habían presentado contra los funcionarios de prisiones torturadores.
Finalmente, a los diez años, la Audiencia Provincial de Madrid condenaba al director de la prisión de Carabanchel, a diez carceleros y a dos médicos a penas de entre diez y dos años de prisión, gracias a un informe pericial que señalaba que: “el preso anarquista había recibido una paliza, generalizada, prolongada, intensa y técnica, generalizada porque sólo el 30% de la superficie del cuerpo del recluso no tenía contusiones; prolongada porque “no se hizo en cinco minutos” y fue realizada por varias personas; fue intensa por la potencia de los golpes, que derivó en una pérdida de más de tres litros de sangre, y, finalmente, fue técnica porque no había golpes en órganos vitales”.
Ninguno de los condenados permaneció en la cárcel más de ocho meses.
Seguimos pidiendo justicia para Agustín Rueda 40 años después de su muerte.