TTIP, CETA, TPP, TISA… una oleada de tratados de comercio y/o inversión se cierne sobre nuestras vidas. ¿Cómo afrontar semejante sopa de letras sin sentirnos abrumadxs o impotentes? ¿Cómo articular una lucha política eficaz?
¿Cómo afrontar esta nueva oleada de tratados de comercio y/o inversión (en adelante, TCI)? Entre todas las dudas, surge una idea clara: necesitamos salir de las miradas productivistas, con las que nos leemos reduciendo nuestras vidas a la faceta de mano de obra, cuando no caemos directamente en la trampa de usar el lenguaje del poder corporativo, que nos invita a pensarnos como consumidoras y/o supuestas emprendedoras jefas de nosotras mismas.1
SOSTENIBILIDAD DE LA VIDA E INTERSECCIÓN DE EJES DE PRIVILEGIO/OPRESIÓN
Una potente alternativa es la del feminismo, que hace dos propuestas centrales, en las cuales engarza con otras miradas críticas que intentan escapar del estrabismo productivista.
Plantea poner la sostenibilidad de la vida en el centro. Esto tiene, al menos, dos implicaciones. Por un lado, se desplaza el eje analítico y político de los mercados hacia las condiciones de vida encarnadas y arraigadas en un planeta vivo. Así, el foco se centra en comprender el significado de los TCI en términos de recomposición del conflicto capital-vida, preguntándonos por las condiciones de vida concretas y la reconfiguración de la relación del sistema socioeconómico con el ecosistema. Por otro lado, esta mirada saca a la luz todas las formas de trabajo y resolución de la vida en común que operan en cada lugar, incluyendo aquellas que escapan de alguna manera a la lógica capitalista y la subvierten (las economías otras: popular, social y solidaria, campesina…) y las que son consustanciales al capitalismo heteropatriarcal, aunque invisibles: lo que podemos llamar los cuidados inmolados 2, que son la cara B del trabajo asalariado. Estos trabajos son los que se realizan bajo tres condiciones: privatizados, feminizados e invisibilizados; y se encargan de tres tareas: sanar la vida de los daños provocados por el capital, cerrar el ciclo económico asegurando que el conjunto encaje en el sentido de cubrir las necesidades vitales y proporcionar el trabajador champiñón 3 que el sistema exige. Hemos de preguntarnos cuál es la estructura socioeconómica que los TCI (re)construyen, cómo minan el terreno para economías otras y cómo se asientan sobre un colchón de cuidados inmolados.
Por otro lado, sitúa el género como un eje vertebrador del sistema socioeconómico, en intersección con otros ejes de privilegio/opresión en el marco de lo que podemos denominar un sistema de dominación múltiple (o esa cosa escandalosa) que es capitalista, sí, pero también heteropatriarcal, colonialista y medioambientalmente destructor. Esto tiene al menos dos implicaciones. Por una parte, identificar cuáles son esos ejes de privilegio/opresión que operan con mayor fuerza en el contexto en el que vayamos a centrarnos, para poder comprender cómo los TCI reconstruyen esa dominación múltiple e interseccional. En el norte global, estos suelen ser el género, la clase social, el estatus migratorio, la racialización y el ámbito urbano/rural. Por otra, atender a la desigualdad global y al papel de los TCI en la reconfiguración de los ejes de hegemonía global. Esto supone, entre otras cosas, no olvidar los TCI que se firmaron con anterioridad (los que, desde el norte global, se firmaron desde una clara posición de privilegio) y que siguen condicionando las relaciones socioeconómicas actuales, así como atender con la misma intensidad a los TCI que se firman desde una posición de privilegio o subalternidad relativas (por ejemplo, dar igual de importancia al TTIP que al UE-Mercosur).
IDENTIFICAR EL MODELO QUE ASIENTAN LOS TCI
Los TCI no son el todo del problema. Son una herramienta para la consolidación de un sistema que ya está instalado y que, de no aprobarse los acuerdos, buscará otras vías de imposición. Una clave central es no limitarse a hacer análisis de impacto, sino identificar el modelo que los TCI asientan y refuerzan. Hoy, necesitamos entender el papel que la nueva oleada juega como instrumento para favorecer la rearticulación del “capitalismo del siglo XXI”4, el modo particular que toma esta cosa escandalosa en los actuales tiempos de transición ecosocial y colapso ecológico.
La nueva oleada puede pensarse como la imposición de una “constitución económica global”. No hablamos de constitución en el sentido de que exista un documento único que vaya a ser firmado por todos los países, sino de un conjunto de normas (dispersas, cambiantes) que, todas juntas, formarán un cuerpo legal que definirá las prioridades político-jurídicas globales. Los TCI traen consigo el contenido de esa carta magna, que asegura que todo se convierte en mercancía (al ampliar inmensamente la definición de comercio internacional) y que los intereses del gran poder corporativo se sitúan como máximo bien jurídico al aprobar los “diez mandamientos corporativos” (principios legales que priorizan los intereses de las transnacionales, como, por ejemplo, el principio de la seguridad de las inversiones). Además, traen consigo los mecanismos de funcionamiento que garantizan que se cumplen esos contenidos: los llamados organismos de convergencia reguladora (órganos de los que las grandes empresas forman parte y que están encargados de garantizar que las normativas laborales, sociales, ambientales, de igualdad, etc. entre países convergen entre sí… ¡a la baja!) y los tribunales de arbitraje (tribunales de justicia privados en los que las transnacionales pueden demandar a los estados si creen que están vulnerando la seguridad de sus inversiones). Se mercantiliza la democracia, posicionando al poder corporativo transnacional como máximo sujeto político por encima de los pueblos. Se crea un “mercado global ultra-autorregulado”: autorregulado porque las transnacionales actúan de forma autónoma, y ultrarregulado porque se establecen las normas que garantizan esa autonomía y la defensa de sus intereses. Esto supone el asentamiento definitivo de la “arquitectura de la impunidad” y la anulación de la soberanía popular.
Esta constitución económica global implica una virulenta agudización del conflicto capital-vida en tres sentidos. Primero, se profundiza la mercantilización al (1) convertir en mercancía nuevas esferas de lo vivo, ampliando el radio de acción de la lógica de acumulación a lo que no estaba mercantilizado (por ejemplo, muchos servicios) e incluso a aquello que aún no existe (funcionamiento de las listas negativas, que implican incluir todo aquello que no se excluye expresamente, incluso aquello que no puede nombrarse porque no existe); y (2) reducir la vida a su faceta de mercancía (por ejemplo, el poder mover transnacionalmente a las personas sin trabas, siempre y cuando no se trate de personas que migran y reconstruyen proyectos vitales, sino de mano de obra que las transnacionales movilizan en el marco del comercio internacional como un recurso productivo más). Segundo, lo que se mercantiliza y lo que ya estaba mercantilizado se somete a un capital mucho más agresivo, el transnacional, que en esa tensión con la vida tiene mucha mayor capacidad de hacer daño (por ejemplo, servicios públicos que ya estaban privatizados ahora se someten a las transnacionales). Y, tercero, se amputan las capacidades de las instituciones públicas para amortiguar el conflicto, para incidir en él poniendo coto a la voracidad de la lógica de acumulación.
En última instancia, la nueva oleada significa reforzar el proceso de acumulación de poder y recursos5 en torno a quienes detentan el poder corporativo global, el BBVAh6 . Esto profundiza un proceso de hipersegmentación socioeconómica, que va más allá de una simple escisión entre los de arriba y los de abajo, el norte y el sur globales, los hombres y las mujeres. A su vez, se pone mayor presión en las dimensiones invisibilizadas del sistema socioeconómico, que deben resolver la vida en un contexto de dificultad agudizada y ataque más virulento, garantizando esa cara oculta sobre la que se apoyan los procesos de acumulación. En otras palabras, se reorganizan las cadenas (globales) de cuidados. E implica que se rearticulan los procesos globales de dominación, reconfigurando la división del mundo en zonas de acumulación y de despojo, así como la relación campo-ciudad. Finalmente, y en clave de metabolismo socioeconómico, la estructura socioeconómica que se asienta con los TCI es de mayor tamaño (poniendo por tanto aún mayor presión sobre un planeta colapsado) y agudiza la distribución desigual del consumo de materia y energía a nivel global y por grupos sociales.
Una pregunta central, que hemos de esforzarnos por responder, es qué papel tiene esta nueva oleada en el paso de una cosa escandalosa que durante el neoliberalismo de colores jugaba más bien a la seducción (prometiendo sueños de éxito individual urbi et orbe, economía de mercado junto a libertades políticas y civiles), a otra que es más abiertamente violenta, un proyecto de expulsión y orden jerárquico expreso: Si los sueños para todos no son factibles, lo serán para los míos, si se portan bien. ¿En qué sentido la nueva oleada está atravesada por un incremento generalizado de la violencia, en sus diversas formas y, sobre todo, en sus cruces (la violencia heteropatriarcal, la violencia corporativa, la violencia represora de los estados y la violencia del fascismo social)?
¿LOS IMPACTOS?
Si, a pesar de todo, queremos atender a los impactos, hay varias claves a tener en cuenta. (1) No pensarlos en términos de unos países frente a otros, sino de pueblos contra capitales, entendiendo al mismo tiempo las desigualdades que atraviesan a los pueblos. Es en ese sentido que proponemos pensar en términos del impacto en la virulencia del conflicto capital-vida y en las condiciones de vida de sujetos desigualmente posicionados en ese sistema de dominación múltiple. (2) Hablar en términos vitales, que entendamos todxs y que acerquen los TCI a la vida concreta, en lugar de alejarlos. (3) Atender a la vida de las mujeres como un lugar privilegiado para comprender el significado y los impactos de los TCI (en el norte global, priorizar mirar desde las vidas de las mujeres migrantes, que enlazan las diversas oleadas de tratados). (4) No usar solo metodologías cuantitativas; recurrir también a las cualitativas y huir de la obsesión por replicar las técnicas economicistas del discurso oficial. (5) Calibrar bien el esfuerzo que ponemos en este análisis de impacto, para evitar los tres riesgos de un sobredimensionamiento de lo técnico: perderse en el laberinto de información, desanimarse, y poner en marcha una movilización a dos niveles (el técnico y superior, que conoce; el afectado, que se moviliza a golpe de batuta de lo técnico).
Hay dos formas de entrada a los impactos. Podemos ver los impactos sobre lo que ya hay, es decir, sobre la estructura socioeconómica que ya existe (los servicios públicos, la agricultura, determinados sectores productivos…). O podemos preguntarnos por los impactos sobre lo que querríamos que hubiera, intentando entender qué implican los TCI en términos de la posibilidad de poner en marcha alternativas, creándolas o reforzando las que están. Se trataría, por ejemplo, no de preguntarse cómo afectan al sector agrario, sino a la soberanía alimentaria. La segunda opción es mucho más potente, porque significa abordar uno de los problemas centrales que se han detectado en lo que podríamos englobar bajo el paraguas de lucha antiglobalización: alcanzar amplios niveles de acuerdo en el diagnóstico, pero no en la contrapropuesta, dejando esta para un segundo momento y llegando sin fuerzas o abordándola desde el conflicto. Si queremos ver los impactos en términos de amputación de la capacidad de asentar alternativas, tenemos que abordar estos debates desde el principio: resistimos y luchamos al mismo tiempo.
¿Cómo podríamos incluir una mirada feminista en la primera opción, la más clásica? (1) Atendiendo a la cara B de la economía, las dimensiones feminizadas que suelen desatenderse al mirar los impactos en determinadas áreas (por ejemplo, preguntarnos por los impactos de la privatización de servicios públicos en términos de aumento de trabajo de cuidados no remunerado). (2) Preguntándonos dónde y cómo termina resolviéndose la vida en un contexto de mayor dificultad (por ejemplo, si se destruirán redes de apoyo mutuo, o cómo abordarán los hogares el encarecimiento de productos básicos, si reduciendo el consumo, aumentando el trabajo no remunerado, etc.). (3) Ampliando los sectores a analizar, prestando especial atención a aquellos feminizados que suelen ser más opacos para una mirada productivista, entre otros: la atención a la dependencia, el cuidado infantil y el empleo de hogar, así como las bioeconomías de la reproducción asistida. (4) Atendiendo a las desigualdades de género, en intersección con otros ejes de privilegio/opresión, que atraviesan los sectores que miremos (por ejemplo, al ver el impacto en el empleo, prestar atención a los sectores laborales feminizados, e incluir datos desagregados por sexo y por aquellas otras variables que hayamos definido como más pertinentes para nuestro contexto).
La segunda opción nos obliga a abordar una pregunta muy potente, si bien difícil de responder: ¿cuál es nuestro horizonte de subversión, desde una mirada feminista, ecologista, decolonial y de clase? Hay horizontes que sí tenemos claros, como, por ejemplo, la soberanía alimentaria, aunque precisen de una redefinición feminista. Otros están asentándose, como quizá sea el caso de la soberanía energética. Otros más no están claros, sino que son objeto de importantes debates. Por ejemplo, ¿cuál es el horizonte respecto al trabajo/los trabajos?: ¿La desaparición del trabajo asalariado y su contracara de los cuidados inmolados? O, de una manera más limitada, ¿la redistribución de los trabajos existentes y el freno de la precarización laboral? Otra posibilidad sería hablar del impacto en términos de acceso a derechos, enfatizando aquellos que el feminismo reivindica y quedan a menudo desplazados (por ejemplo, derechos sexuales y reproductivos, derecho a la vivienda…). Una pregunta con especial relevancia para el feminismo es cuál es nuestro horizonte en materia de cuidados: ¿la garantía universal de un derecho al cuidado?, ¿la socialización de los cuidados?, ¿la desaparición de los cuidados inmolados para construir una economía donde el cuidado de la vida sea el eje gravitatorio? Otro elemento que podría marcar nuestro horizonte son los comunes como modo de articulación de la vida en común.
No se trata de tener los horizontes niquelados antes de preguntarnos sobre los impactos de los TCI en ellos, sino de aprovechar la ocasión para lanzar una propuesta tentativa y provisional de horizontes aglutinadores. Quizá podríamos pensar en aquellos horizontes que suscitan mayor movilización social, para enganchar el trabajo sobre TCI con las movilizaciones políticas en marcha. Desde los feminismos, se está proponiendo pensar estos horizontes en términos de diversas soberanías vinculadas. Así, Bilgune Feminista plantea la soberanía feminista como “el proceso de transformación global de las relaciones sociales capitalistas, que son en sí mismas heteropatriarcales. Es el marco común de subversión que debe articular el cambio hacia otra organización de la economía orientada a la satisfacción de las necesidades sociales y al bienestar colectivos”7. A su vez, Justa Revolta entrecruza soberanía (re)productiva, de curas y afectos (entendiendo que dentro de esta soberanía productiva también está la reproductiva); soberanía popular; soberanía ecológica (dividida en dos: alimentaria y energética); soberanía cultural y soberanía del propio cuerpo.
CONFRONTANDO DESDE LA VIDA
En definitiva, cualquier cosa que hagamos sobre los TCI ha de servirnos para construir un lenguaje de confrontación que enganche con la vida concreta y se dirija no solo contra los TCI, sino contra el sistema del que son herramienta; para identificar las rearticulaciones que está experimentando ese sistema así como comprender el funcionamiento de dimensiones que tienden a permanecer ocultas; y para ir definiendo un horizonte de subversión que pueda ser compartido y mine al poder corporativo a la par que nos obliga a afrontar las desigualdades que nos atraviesan.
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1- Este texto se basa en el trabajo realizado con OMAL a lo largo de 2017 y 2018 en torno a los TCI y, en concreto, en los siguientes documentos:
- Amaia Pérez Orozco (2018), “Manual de instrucciones para leer un tratado”, Revista Pueblos, 76
- Amaia Pérez Orozco (2017), Aprendizajes de las resistencias feministas latinoamericanas a los Tratados de Libre Comercio e Inversión. Del no al ALCA al cuestionamiento del capitalismo patriarcal , OMAL-Paz con Dignidad.
- Gonzalo Fernández (2018a, próxima publicación), Mercado o democracia. Los tratados comerciales en el capitalismo el siglo XXI, Icaria.
- Gonzalo Fernández (2018b), “Claves para interpretar la nueva oleada de tratados y acuerdos de comercio e inversión”, Revista Pueblos, 76.
2- Usamos este término para distinguirlos de otra forma deseable de cuidados (entendidos como la gestión corresponsable de la vida en común) que sería más bien una contrapropuesta a las formas de trabajo dominantes hoy, ambas alienadas: el trabajo asalariado y los cuidados inmolados.
3- Con este término irónico nos referimos al trabajador (aparentemente) libre de cuidados aquel que, aparentemente, no tiene necesidades propias ni responsabilidades sobre la vida de otras personas que condicionen su inserción en el mercado laboral.
4- Todos los términos entrecomillados en este apartado los tomamos de Fernández (2018a).
5- Lo cual no significa que el poder corporativo logre efectivamente salir de la crisis de rentabilidad en la que está, o poner en marcha otra onda larga de acumulación capitalista.
6- Acrónimo con el que irónicamente nos referimos al sujeto que domina el proceso de acumulación y que se sitúa en la cúspide de la intersección de ejes de privilegio: el blanco, burgués, varón, adulto y hetero.
7- Tomamos este extracto de Uzuri Aboitiz (2018), “Soberanía feminista: una aproximación a la soberanía desde la vida cotidiana”, en VVAA, Conjugando la soberanía , Iratzar Fundazioa.