Cada día se escuchan más voces que alertan de una inminente nueva crisis financiera. Cuando se cumple una década desde la caída de Lehman Brothers, la inestabilidad en el sistema financiero está lejos de haber sido superada. Lejos quedan las promesas de reformar el capitalismo que líderes occidentales lanzaron al viento en pomposas cumbres tras el estallido de la crisis en 2008. Y lo cierto es que en muchos casos el crecimiento conseguido en algunos países se ha dado a partir de la profundización de las estrategias que nos llevaron a esta última crisis financiera. El proceso insaciable de financiarización de la economía, la especulación financiera, la evasión fiscal, las burbujas inmobiliarias y el endeudamiento sin límites siguen estando a la orden del día, en el Estado español y en buena parte del mundo.
El polémico y multimillonario inversor George Soros dijo hace unos meses en un seminario en París que “podríamos estar ante otra gran crisis financiera”, haciéndose eco de la fuga de capitales desde economías emergentes como la argentina, la turca o la indonesia, refugiándose en la fortaleza del dólar. Argentina dio ya la primera señal de alarma hace unos meses, culminando con un déjà vu en forma de “rescate” del FMI. La reciente crisis financiera en Turquía tiene muchas posibilidades de afectar más allá de sus fronteras, especialmente a tenedores internacionales de deuda turca, tanto pública como privada, entre ellos el BBVA. Otros apuntan al impacto del fin de la política monetaria expansiva del Banco Central Europeo (BCE) y la posible subida de tipos de interés como la chispa que hará encender una crisis en Europa que se pueda contagiar a otros países, especialmente a países emergentes.
Dos dirigentes jubilados del Banco Internacional de Pagos (BIS, por sus siglas en inglés), conocido por ser el banco de los bancos centrales, una institución altamente conservadora, han publicado recientemente un libro en el que avisan de la bomba de relojería que supone el sistema financiero global, debido a las políticas erróneas y temerarias en los países occidentales. Peter Dittus y Hervé Hannoun avisan precisamente de la acumulación de deudas, facilitada por la política monetaria y los bancos centrales del G7 y el de la UE, el BCE.
Según un artículo de Martin Kohr, de South Center en Suiza, las políticas monetarias extremas del G7 han socavado los cimientos de la economía de mercado al manipular los tipos de interés a largo plazo, distorsionar el valor de activos de todo tipo y devaluar los riesgos de la deuda soberana en países occidentales. Considera también que se ha ido demasiado lejos con la política expansiva del BCE, conocida como quantitative easing (QE), y, tal y como advierten economistas de toda índole, la alternativa ahora puede ser desastrosa.
El FMI, como en crisis anteriores, no reconoce la inminencia de una nueva crisis financiera, pero no niega esa posibilidad
El FMI, como en crisis anteriores, no reconoce la inminencia de una nueva crisis financiera, pero no niega esa posibilidad, y sí ha advertido de que los niveles de endeudamiento de los países están subiendo de forma alarmante en algunos casos. El periodo prolongado de tipos de interés bajos ha supuesto un incremento de la deuda global, que ya alcanzó el 318% del PIB mundial al finalizar el tercer trimestre de 2017, 115 puntos por encima del último récord, en 2009. Ante ello, recomienda que los países aprovechen los ciclos económicos positivos para “acumular reservas fiscales para los tiempos tempestuosos que eventualmente llegaran”.
La propia institución dirigida por Christine Lagarde advierte de que la principal economía emergente (aunque dudo de que se la deba seguir llamando así), China, es responsable del 40% del incremento de la deuda, aunque otros países del norte, economías emergentes e incluso países empobrecidos se encuentran en situaciones vulnerables y de riesgo de crisis de deuda. En el caso del gigante asiático, hace años que se va advirtiendo de los elevados niveles de deuda tanto pública como privada (deuda familiar), y el efecto dominó de una crisis de deuda en China puede ser impredecible, siendo este país uno de los principales importadores de materias primas de los países del Sur.
Precisamente la ralentización del crecimiento en China ha afectado fuertemente a países en América Latina y el África subsahariana, que en las últimas décadas habían crecido a fuerza de exportaciones y créditos del gigante asiático. Países como Argentina, Brasil, Ecuador o Venezuela, pero también Chile, Colombia y Perú, hace algunos años que notan el descenso del volumen y precio de las materias primas que hasta hace poco exportaban sin problema a China. El fin del llamado “superciclo de las materias primas” está afectando particularmente a los exportadores sudamericanos de minerales, petróleo o soja. En el caso de México y Centroamérica, hasta ahora la fortaleza del dólar y de la economía estadounidense actuaban como amortiguador, pero la política comercial de Trump puede acabar con ello. Ante ello, la receta de la austeridad ha regresado a países como Brasil, Ecuador o Argentina.
Los tipos de interés bajos y el crecimiento de algunas economías, especialmente en África, han llevado en la última década a una lluvia de crédito e inversión, principalmente bajo la forma de alianzas público-privadas
Esta situación afecta también a numerosos países africanos. Hace ya algunos años que activistas contra la deuda advierten de una nueva crisis de deuda especialmente en países del África subsahariana. Este año, el propio FMI ha reconocido que la situación es preocupante, pero la tendencia hace años que se vislumbra. Según la Jubilee Debt Campaign, uno de los grupos que, desde el Reino Unido, hace años que advierten de que la crisis de deuda en los países del Sur no se ha acabado, los pagos de deuda en los países empobrecidos se ha incrementado un 60% entre 2014 y 2017, y se encuentran en su nivel más alto desde 2004. Los tipos de interés bajos y el crecimiento de algunas economías, especialmente en África, han llevado en la última década a una lluvia de crédito e inversión, principalmente bajo la forma de alianzas público-privadas (con deuda en la recámara).
Los créditos a gobiernos de países empobrecidos casi se han doblado, pasando de 200.000 millones de dólares en 2008 a 390.000 millones en 2014, situándose entre 300.000 y 350.000 millones en el periodo de 2015 a 2017. La caída de los precios de materias primas desde mediados de 2014 ha supuesto dificultades para muchos gobiernos, que han visto reducidos sus ingresos y devaluadas sus monedas, por lo que el peso del pago de la deuda aumenta, al estar esta denominada mayoritariamente en dólares. Países como Mozambique, que afronta una particular crisis de la deuda, Túnez, Líbano Ghana, Angola, Chad, Gabón o Gambia en África, Laos y Sri Lanka en el Sudeste asiático, y Granada o Jamaica en el Caribe, son los que acumulan mayores pagos de deuda en 2017. Muchos de ellos recibieron cancelaciones de deuda a principios de los 2000, pero la solución que se les ofreció desde los organismos financieros internacionales fue reducir la deuda para volver a iniciar el mismo ciclo de nuevo.
En definitiva, sea en Europa tras el fin de los créditos del BCE y del tipo de interés barato, en China, en los países emergentes o en África u otros países empobrecidos, lo cierto es que las crisis que vienen no se pueden ignorar. Están a la vuelta de la esquina y se parecen mucho a las crisis que ya vinieron. Ahora, como entonces, serán las clases populares las que acabarán sufriendo sus consecuencias. Como un péndulo en eterno movimiento, las crisis van y vienen cíclicamente, o quizás nunca se fueron… Tal vez debemos plantearnos si se trata realmente de crisis o del funcionamiento sistémico del capitalismo.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/crisis-financiera/las-crisis-de-deuda-que-vienen