El término neoliberalismo se suele utilizar para referimos a las políticas que multitud de gobiernos han aplicado en las últimas décadas en favor del gran capital, que se pueden resumir en: privatizaciones, recortes de gasto público, contrarreformas laborales y de pensiones, etc. Gobiernos de países de todos los continentes han aplicado de una u otra forma este tipo de políticas en las últimas décadas.
Nunca conviene olvidar que las ideologías y programas políticos de cada momento se deben a circunstancias históricas concretas que son un reflejo de los distintos intereses de las clases sociales. La correlación de fuerzas entre el capital y la clase trabajadora, resulta determinante en las decisiones políticas de un gobierno. En este sentido, debemos recordar que el neoliberalismo fue aplicado con éxito tras asestar una serie de derrotas históricas contra el movimiento obrero.
En el periodo del boom económico posterior a la segunda guerra mundial y anterior a la crisis económica de los años 70, ya existían economistas (posteriormente llamados “neoliberales”) que defendían políticas económicas opuestas al modelo keynesiano y pacto social, que pretendían destruir el denominado Estado de bienestar. Pero, durante algunos años fueron minoría en el ámbito académico y político. La crisis del capitalismo iniciada en 1973 supuso el comienzo de un aumento de la influencia de esta ideología como respuesta a la propia crisis, y de quienes exigían un giro reaccionario en la política económica burguesa. Los capitalistas estaban desesperados buscando fórmulas para restablecer las tasas de ganancias anteriores a la crisis. La nueva realidad económica de entonces no requería una política económica keynesiana, sino todo lo contrario. Las necesidades del capitalismo comenzaron a chocar frontalmente con las políticas reformistas socialdemócratas y el denominado Estado del bienestar. En esos momentos el capital inició una ofensiva mundial contra el mundo del trabajo, con Reagan y Thatcher como las principales caras visibles de esa campaña, que ha permanecido activa hasta la actualidad. Desde el triunfo de esta ofensiva, uno de las características de la política contemporánea la encontramos en que el capital ha dejado bien claro que solo acepta a gobiernos con una clara orientación neoliberal en un planeta estructurado por una clara división internacional del trabajo. De esta forma han conseguido unas relaciones de dominación absolutas del mundo del capital contra el del trabajo, al margen de que gobierno un partido conservador o “socialdemócrata”.
Una vez dicho esto, debemos señalar que el neoliberalismo solo es un fenómeno relativamente excepcional en la historia del capitalismo. Es la expresión política de una estrategia del gran capital a nivel internacional que pretende hacer lo de siempre: explotarnos más y mejor para conseguir aumentar los beneficios empresariales. En todo caso, hoy podemos asegurar con más certeza que nunca como la voracidad del capital no conoce ningún límite y que el neoliberalismo continua siendo predominante. De hecho en Europa desde el inicio de la crisis se han aplicado políticas neoliberales de una forma incluso más agresiva que en las últimas tres décadas. El capital ha apostado desde el primer momento en intentar salir de la crisis con más neoliberalismo.
Se necesita reflexión, espacio y tiempo para profundizar los análisis acerca del neoliberalismo y la ofensiva mundial contra el mundo del trabajo en la que llevamos sumidos décadas. Esta situación ha sido posible por diversos factores: derechización de los partidos socialdemócratas, caída del muro de Berlín, abandono definitivo de cualquier perspectiva revolucionaria entre sindicatos mayoritarios, derrotas históricas contra la clase trabajadora, etc. Estos son algunos hechos históricos que debemos examinar como uno de los grandes procesos de nuestro tiempo, para comprender de una forma global la situación económica y política actual.
El abandono de políticas socialdemócratas
El reflujo en la lucha de clases y las derrotas de la clase trabajadora de los años 70 y 80 causaron desanimo, desilusión, deserciones, escepticismo, pesimismo y desmoralización entre las filas de la izquierda y el movimiento obrero. Salvando las distancias conviene detenerse en recordar que las derrotas pueden tener consecuencias políticas y económicas de todo tipo con efectos duraderos. La historia nos lo ha mostrado en diversas ocasiones. Por citar un ejemplo extremo, recordamos que derrota de la clase obrera alemana en 1933 o la española en 1939 permitieron el establecimiento de dictaduras horrorosas y una estabilización del sistema capitalista. La derrota del imperialismo alemán y japonés en la segunda guerra mundial, permitió un auge económico y la hegemonía imperialista de EE.UU. Así como la derrota de la clase obrera en los 70 y 80, junto con la caída del muro de Berlín permitió una expansión del capitalismo que nadie había hubiera podido imaginar años antes. En todo este periodo, los partidos socialistas europeos jugaron un papel que nunca debemos olvidar.
La socialdemocracia europea en los años posteriores a la segunda guerra mundial, se caracterizó por abandonar definitivamente (incluso en la mera teoría) cualquier proyecto de emancipación o revolución social. El ideario dominante en los partidos socialistas se basó en una política keynesiana de gestión del capitalismo, aprobando reformas sociales que beneficiasen considerablemente a las clases trabajadoras. Pero tras la crisis económica de los años 70, se inició un profundo giro a la derecha y un abandono total de cualquier tipo de perspectiva socialista, que facilitó la recomposición de la hegemonía política y cultural burguesa. En algunos países, la socialdemocracia en el gobierno, guiada por la patronal, fue protagonista en el desmantelamiento del Estado de bienestar que la misma socialdemocracia construyo tras la segunda guerra mundial.
En los años 80 comenzó un giro a la derecha en la gran mayoría de organizaciones “de izquierda” que ha durado hasta nuestros días. Los partidos socialdemócratas terminaron aceptando gestionar el capitalismo bajo la óptica de la austeridad, sin ningún tipo de reparo. Cada vez que llegaban al gobierno, abandonaban su tradición reformista o progresista, e incluso incumplían sus propios programas electorales y resoluciones congresuales. Por diversos y complejos factores, buena parte de los partidos comunistas no quedaron al margen de este giro a la derecha, los casos español e italiano nos ilustran los procesos de “socialdemocratización” al que asistieron buena parte estas organizaciones bajo la bandera del eurocomunismo. El PCE con Santiago Carrillo la cabeza llegó a asumir una política de ajuste económico llegando a firmar los Pactos de la Moncloa. Mientras tanto, el PCI de la mano de Enrico Berlinguer defendía la denominada política de “Compromiso Histórico” basada en constantes llamamientos a la colaboración con la Democracia Cristiana, enterrando cualquier tipo de perspectiva revolucionaria.
En medio de este panorama, llego un momento en que no se encontraban diferencias entre las políticas de un partido u otro en el gobierno. Prioridades como el pleno empleo fueron olvidadas y constantemente se aplicaba un programa económico que no era distinto al de la derecha. De esta forma, la iniciativa quedo indiscutiblemente en manos del gran capital, a quien ya no le interesaban las políticas keynesianas y los compromisos de paz social, sobre todo desde la desaparición del bloque soviético.
De esta forma, se reducían las posibilidades de una alternativa de izquierdas, en un contexto en el que entre las masas quedaba patente como se aplicaban políticas conservadoras bajo siglas socialistas. En esta situación, los partidos socialdemócratas se derechizaban así mismos y contribuían a derechizar a la sociedad. Por tanto, no decimos ninguna barbaridad si afirmamos que el éxito del neoliberalismo hubiese sido más incierto y complicado, si hubiese existido una oposición firme por parte de la socialdemocracia y los sindicatos mayoritarios. Pero a su vez, insistimos en que esta oposición no tuvo lugar por factores descritos anteriormente.
En los años 80 y 90 una gran cantidad de intelectuales renunciaron públicamente al marxismo, en un contexto en el que el capital parecía que ya no tenía adversarios de consideración. Hasta entonces, la existencia del bloque soviético actuó como freno al capitalismo, que no podía apostar por cualquier estrategia sin tener en cuenta la existencia y poder de la URSS. La socialdemocracia por su parte dejaba de actuar como lo que algunos entendían como freno y contrapeso a las injusticias del capitalismo. A finales del pasado siglo, Tony Blair, como líder del Partido Laborista, profundizo el giro a la derecha, aceptando sin matices el guión de la derecha norteamericana, bajo el invento de “la tercera vía”, que consideraba cualquier propuesta tradicional de izquierdas algo arcaico o absurdo. A estas alturas, ya se percibía que Margaret Thatcher tenía parte de razón cuando se había vanagloriado de haber conseguido cambiar muchas cosas, incluso a las propias izquierdas. Y de hecho desde hace décadas ya no queda un partido socialdemócrata que se atreva a apostar por políticas socialdemócratas en el gobierno. El gran capital lo sabe, y lo ejemplifican muchos hechos. En décadas anteriores lo normal era que los índices bursátiles bajaran ante un triunfo electoral socialdemócrata, incluso se producían grandes fugas de capitales. En cambio, hoy nos podemos encontrar con calma en los mercados e incluso subidas en la bolsa el día después de la victoria electoral de un partido “socialista” europeo. Basta examinar y comparar las reacciones producidas entre el triunfo de Mitterrand en 1981 con el de Hollande en 2012.
Los procesos que vemos hoy en estos partidos continúan apuntando en la misma tendencia. En el panorama político actual, hemos visto al SPD gobernando en coalición con la derecha alemana que impone recortes por toda Europa. El Partido Socialista de Francia rápidamente ha claudicado ante la austeridad. Mientras que el gobierno del PSOE con Zapatero al frente, días después de recibir una carta del presidente del BCE, no dudo en constitucionalizar una política económica de derechas reformando el famoso artículo 135, mediante un pacto con la derecha, sin ni siquiera consultar y debatir entre sus afiliados, y ni tan siquiera con su grupo parlamentario. No es de extrañar que el término socialiberal sea utilizado con más frecuencia y exactitud para referirse a los partidos denominados “socialistas” europeos que han gobernado. El ejemplo más extremo lo encontramos en el PASOK en Grecia, cuyo empeño en aprobar al dictado las recetas del gran capital ha sido bochornoso, llegando a quedar reducido a un partido marginal en el parlamento. De esta forma nos han demostrado que están dispuestos a continuar profundizando en la gestión del poder político al servicio del capital, aun a costa de desaparecer del mapa político si hace falta. En este contexto político, se ha conseguido que un planteamiento socialdemócrata que antes sonaba moderado, hoy suena a proclama revolucionaria.
Próximamente veremos si la deriva y bancarrota ideológica de la socialdemócrata continúa profundizándose aun más. Muchos partidos que se autodenominan socialistas tendrán que posicionarse en las votaciones sobre el TTIP. Este proyecto pretende un aumento aun mayor del poder del capital imponiendo una relación de superioridad incuestionable sobre el mundo del trabajo, la ciudadanía y los poderes públicos. El TTIP pretende institucionalizar el neoliberalismo legal y jurídicamente, reduciendo el margen de maniobra de cualquier gobierno mínimamente progresista. Mientras tanto, es posible que asistamos a un contexto donde pueden aumentar los procesos de “pasokización”, que pueden cambiar considerablemente los mapas políticos. Un ejemplo reciente a tener encuentra lo encontramos en los nefastos resultados del PSOE en lugares como Madrid o Catalunya, quedando en posiciones marginales inimaginables hace muy pocos años.
El neoliberalismo y los sindicatos
Pese a que los capitalistas siempre han defendido que el mejor sindicato es el que no existe, durante el boom económico posterior a la segunda guerra mundial, la burguesía europea aceptó de una forma temporal y excepcional un compromiso de paz social en el que se realizaban considerables concesiones a los sindicatos y a las clases trabajadoras. La mayoría de las grandes centrales sindicales de Europa occidental gozaron de un peso y fuerza considerable en buena parte de Europa occidental hasta los años 80. Pero ya desde la década de los 60, los capitalistas mostraban un creciente rechazo al poder sindical, sobre todo en momentos en los que se producían huelgas de relevancia que a menudo paralizaban sectores estratégicos y conseguían ganar conflictos a la patronal. La crisis económica de los años 70 supuso el inicio de unos cambios de políticas y planteamientos que se tradujeron en una ofensiva ideológica, política, jurídica y represiva contra el sindicalismo de clase y el movimiento obrero.
Los capitalistas, estaban decididos a salir de la crisis económica de los años 70 a través de reformular el capitalismo para hacerlo aún más opresivo y explotador. Sabían que si querían aplicar con éxito sus planes contra el mundo del trabajo, debían quebrar la fuerza de los sindicatos, así como cualquier instrumento que tuvieran los trabajadores para defenderse. De esta forma, querían reducir al mínimo la capacidad de presión de los sindicatos ante los gobiernos, y que esta presión fuera monopolio de la banca y el gran capital. No dudaron en emprender todo tipo de agresiones contra los sectores más combativos de la clase obrera, con una actitud de lo más intransigente. Margaret Thatcher emprendió una oleada de ataques contra los mineros y trabajadores del sector industrial. El gobierno de Reagan en EE.UU consiguió vencer a los controladores aéreos en huelga. En España, el gobierno de Felipe González comenzó una durísima reconversión industrial, que no se pudo detener. Las derrotas fueron numerosas cuantitativa y cualitativamente, provocando efectos desmoralizadores en el conjunto de la clase trabajadora. Estos ataques frontales contra los sectores más combativos y veteranos del movimiento obrero siempre acababan con la victoria de la patronal. Estas derrotas significaban desánimo y desorientación entre amplios sectores de los trabajadores, que se preguntaban ¿si no pueden vencer ellos, que son los más fuertes, quien puede hacerlo?. Este difícil contexto, contribuía a defender la idea de que la lucha era inútil, mientras que desde el ideario dominante se repetía que solo con el esfuerzo personal podías prosperar y salir adelante. En la actualidad, y desde el inicio de la crisis distintos gobiernos han emprendido campañas parecidas contra los trabajadores del sector público.
Los gobiernos trabajaron para vencer al sindicalismo de clase en todos los terrenos posibles. Querían eliminar cualquier cosa que limitara la libertad de empresa. No dudaron en cambiar leyes para reducir la influencia y capacidad organizativa de los sindicatos. En Gran Bretaña, se emprendieron todo tipo de medidas legislativas y represivas para dificultar la acción sindical y limitar el derecho de huelga. De esta forma, los trabajadores cada vez estuvieron en peores condiciones para hacer frente a los planes estratégicos de la burguesía.
Las derrotas, se traducían en un aumento y extensión de la precariedad laboral, lo cual dificultaba y debilitaba aún más la acción sindical. Este empeoramiento de las condiciones de trabajo está relacionado con los cambios introducidos en el derecho laboral. Para el capital, el marco jurídico debía servir únicamente a establecer la precariedad como norma basada en: el libre despido, temporalidad en el empleo, disciplina laboral, subcontratación, bajos salarios, cambios en la negociación colectiva en detrimento del sindicalismo, facilidades para que los empresarios puedan aplicar recortes de derechos laborales, etc. Reivindicaciones como el empleo estable fueron rechazadas tajantemente por la clase dominante, e incluso fueron abandonadas por partidos socialdemócratas. Querían hacer desaparecer todo lo que limitara la libertad de empresa. Para ellos la estabilidad en el empleo o los sindicatos limitaba esta libertad, y en consonancia defendían el libre despido y las leyes antisindicales.
Las deserciones, la desmoralización y las derrotas hicieron también hicieron mella en el sindicalismo. La mentalidad empresarial no solo era asumida por los partidos políticos de la izquierda. En los sindicatos tradicionales se dieron pasos de gigante en la pérdida de confianza en cualquier posibilidad de transformación social, e incluso en aceptar la propia lógica del capital. El sindicalismo oficial renunció a un proyecto de sociedad alternativa, resignándose con un discurso pobre y aburrido, que ya no molestaba al gran capital.
El sindicalismo oficial no fue capaz (ni si quiera intentó) de plantar cara con firmeza a los desafíos y ofensivas estratégicas de la burguesía. Las reconversiones industriales acabaron en un episodio tras otro de derrota. Por otro lado, especialmente desde los años 90 no se supo reaccionar de una forma organizada a escala internacional contra el chantaje empresarial de las deslocalizaciones en pleno boom económico. Bajos las amenazas patronales de llevarse la empresa a otro país, asistimos a un ataque mundial a los salarios muy bien organizado y planificado, que convivió con altas tasas de desempleo.
Recordamos que el capital tiene una necesidad constante de aumentar sus beneficios, y para ello no duda en deteriorar los derechos laborales y atacar los salarios. El éxito de esta necesidad siempre ha estado determinado por multitud de cuestiones (políticas, fuerza sindical, niveles de conciencia, etc). En el inicio de la crisis económica actual, nos encontramos con un movimiento obrero que ha sufrido numerosas derrotas y un sindicalismo más burocratizado y con menos capacidad de movilización que en periodos anteriores, en un contexto de altas tasas de desempleo. Ante este panorama los gobiernos no han dudado en profundizar en la política de destruir derechos laborales, obstaculizando la agrupación sindical, en medio de una constante ofensiva contra el mundo del trabajo que parece no tener fin. De esta forma se han creado las condiciones perfectas para que cada vez mas trabajadores se vean obligados a aceptar trabajos con salarios bajos y condiciones laborales pésimas. El aumento de la explotación de la clase trabajadora es un hecho constante, mediante la aprobación de una reforma laboral tras otra que beneficia única y exclusivamente a la patronal. Han conseguido que en todas las decisiones gubernamentales los intereses del capital prevalezcan siempre y en todo momento sobre los intereses de los trabajadores. En este sentido han configurado un mercado laboral donde el mundo del trabajo es sinónimo de precariedad y desempleo, introduciendo también en esta dinámica al sector público.
Multipliquemos las resistencias contra la ofensiva del gran capital
Se mire por donde se mire, las políticas neoliberales han tenido y tienen efectos desastrosos entre la inmensa mayoría de la población. Es necesario detener esta contrarrevolución neoliberal. Pero no podemos centrar la crítica únicamente en el neoliberalismo y la austeridad, como si estos dos fenómenos fuesen ajenos al propio sistema capitalista. El neoliberalismo ha sido la bandera y el programa con el que el capitalismo por su propia naturaleza ha conseguido vencer. Sabemos que no lo consiguieron de la noche a la mañana, y entendemos que tampoco podremos derrotar al capital en un día. Pese a que cada vez menos gente se beneficia de este sistema, no olvidemos que existe una minoría privilegiada que lleva años y décadas enriqueciéndose y beneficiándose gracias al neoliberalismo. Por tanto, no nos debe extrañar que nos encontremos a poderosos grupos de poder que se van a resistir violentamente a cualquier cambio que suponga erosionar su situación privilegiada. El neoliberalismo continúa siendo muy fuerte, y la reciente capitulación vergonzosa del gobierno de Syriza ante el capital, nos revela la urgencia de tener un debate estratégico de fondo, y la evidencia de que será muy difícil vencer al capital sin movilizaciones o explosiones sociales y revolucionarias considerables, que se traduzcan en medidas políticas anticapitalistas concretas. Nos han dejado claro que el capital siempre se opondrá a cualquier cambio que merme sus intereses, y que no está dispuesto a hacer concesiones por las buenas. Por tanto, los cambios introducidos por cualquier gobierno que pretenda hacer frente a la austeridad con éxito, no pueden ser graduales, sino revolucionarios y estructurales, afectando considerablemente a las relaciones de producción.
En este complicado y complejo contexto político y social debemos tener varias cuestiones claras. En primer lugar, no debemos olvidar que las luchas continúan teniendo un carácter de resistencia, y que las derrotas son más numerosas que las victorias. Incluso estas últimas suelen tener un carácter estrictamente defensivo, y generalmente gracias a sentencias judiciales, más que a la acción sindical y lucha social. En segundo lugar, esta situación nos deja bien claro que no podemos derrotar al capital sin una unión sólida y concreta de todos los explotados a nivel internacional. Por tanto debemos esforzarnos en tejer redes de unión. Son necesarios agrupamientos sindicales y políticos internacionales amplios, que vayan más allá de encuentros casuales y puntuales, o de manifiestos. Recordemos que la patronal lleva mucho tiempo mejor organizada a nivel internacional, que el proletariado. Las clases dominantes de los países del sur continúan estrechamente ligadas con las clases dominantes de los países del norte. Al igual que las clases dominantes autóctonas de países del denominado “Tercer Mundo” están aliadas con las clases dominantes de las potencias imperialistas. La burguesía está organizada a nivel continental y mundial a través de multitud de instituciones: OTAN, UE, OMC, FMI, BM, etc.
Por tanto, a este poderoso enemigo hay que hacerle frente con espacios y herramientas unitarias, consiguiendo sumar al mayor número de organizaciones a la unidad de acción, para ser capaces de vencer en torno a luchas y encuentros coordinados internacionalmente. No basta con días concretos de acción global, sino estrategias de combates más amplias y generalizadas. Resultan necesarias luchas con reivindicaciones más avanzadas, internacionalizadas y desde ópticas claramente anticapitalistas. Nuestra tarea es derrotar al capitalismo y para ello debemos ser capaces de evidenciar que existen alternativas, defendiendo en todo momento y con firmeza la perspectiva de la transformación de la sociedad.
Raúl Navas, delegado sindical de CGT
Rebelión