Los movimientos sociales se enfrentan al intento de robo e instrumentalización por parte de la clase dominante.
Hace años, habría sido imposible imaginarse a la representante de un país que lleva décadas exterminando a un pueblo cantando contra el acoso a menores y por el feminismo. Tan difícil como imaginar, en la época en la que Nelson Mandela pronunciaba discursos en actos comunistas y posaba junto a personajes como Fidel Castro, que años después hordas de liberales hablarían bien del dirigente sudafricano tras su muerte. Tan raro como ver que un espectáculo televisivo de masas, llamado por ejemplo ‘Operación Triunfo’, abrazase reivindicaciones feministas y de liberación sexual. Igual de extraño, quizá, que ver a una gran cadena de distribución alemana decidir vender únicamente huevos de gallinas criadas en jaulas de más de 25 centímetros cuadrados, porque el bienestar de los animales les importase.
Las luchas sociales y las reivindicaciones políticas, varias de ellas parciales, muchas otras accesorias y algunas pocas realmente transformadoras y rupturistas, se han instalado en el centro del debate público, empezando a germinar con más o menos fuerza. El impacto y seguimiento de la pasada huelga feminista, los millones de espectadores que se concentraban cada semana frente a las pantallas para aplaudir los comentarios de los participantes de ‘Operación Triunfo’ en pro de las mujeres y en contra de la homofobia, y el cada vez mayor número de empresas alimentarias que empiezan a rendir cuentas sobre el origen de sus productos, por poner tres ejemplos, no hacen más que evidenciar esta realidad.
Pero la ideología dominante, el modelo liberal, acecha. Y si se llama idea dominante es precisamente porque intenta dominar todos los recovecos, entresijos y ámbitos del día a día. Primero para absorberlos, después para desvirtuarlos y eliminarles de cuajo su carácter transformador en el caso de que lo tenga y, si se precia, para convertirlos en un producto más de la lista apto para el consumo. Es el mercado, amigo, que diría alguno.
Cualquier lucha que, precisamente por ser justa y necesaria, tenga el potencial de ser abarcada por el grueso social y por la masa, va a intentar ser absorbida, mercantilizada y, por consiguiente anulada, por parte de la ideología dominante
Y de repente, grandes compañías de distribución como Lidl o Mercadona consiguen hacer suyas las reivindicaciones de sostenibilidad y respeto por los animales de parte de sus consumidores a la vez que siguen engordando una facturación millonaria y sacando el jugo a sus trabajadores. De repente, en el programa que se había convertido en una “revolución televisiva” gracias a la visibilización de varias problemáticas sociales reales, compañías como El Corte Inglés y Telepizza consiguen promocionarse en directo en horario de máxima audiencia, mientras Carlos Baute espera su turno para salir a plató y despotricar contra el gobierno de Venezuela en directo, como hizo en uno de los programas. De repente, muchos aplauden y se toman en serio el postureo de grandes empresas y partidos políticos del Ibex que dicen apoyar una huelga feminista que realmente va contra ellos y pone en serio riesgo su razón de ser y forma de vida. Y de repente, en Eurovisión, la representante de Israel consigue el apoyo del público de toda Europa por cantar contra el ‘bullyng’ y contra el machismo dos días antes de que su país lleve a cabo la peor matanza en Gaza en los últimos cuatro años.
Cualquier lucha que, precisamente por ser justa y necesaria, tenga el potencial de ser abarcada por el grueso social y por la masa, va a intentar ser absorbida, mercantilizada y, por consiguiente anulada, por parte de la ideología dominante. Mensajes como el de la canción de Israel y toda su escenificación y camuflaje, al igual que el arrime por parte de Ciudadanos al fuego del feminismo tras el 8 de marzo, tienen su peligro, porque son capaces de contribuir a despojar una lucha de su significado. Más aún cuando, dada la velocidad con la que los productos entran y salen del mercado, incluidos los ideológicos, es más difícil nutrirlos, expandirlos, teorizarlos y fortalecerlos. Pero estos sucesos también son en parte positivos, ya que ponen a muchos frente al espejo y frente a la contradicción. Quizá ese sea uno de los retos más difíciles y peligrosos a los que se enfrenta hoy la izquierda y el conjunto de los movimientos sociales: saber librar batalla ante el intento de robo e instrumentalización que, seguro, llevará a cabo la clase dominante.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/nueva-revolucion/eurovision-gaza-mandela-y-los-huevos-del-lidl